SEMANA #2: ADORACIÓN
DÍA 8: CREADOS PARA ADORAR
17 de septiembre de 2019
Desde los inicios de la historia de la humanidad, todas las culturas, no importando cuan aisladas, primitivas, o avanzadas, han adorado a alguien o a algo.
Los antiguos persas en su ritual diario ofrecían comida a su dios. Los cananeos adoraban a Moloc (entre otros), en donde ofrecían a sus hijos en sacrificio. Los egipcios adoraban una jerarquía de dioses, dominados a través de los tiempos por el dios del sol Aten o Apis, el toro sagrado. Los griegos y los romanos adoraban un panteón de dioses. Los primeros norteamericanos adoraban al sol y otras fuerzas de la naturaleza. Muchas culturas africanas adoraban a un dios pero reconocían otras deidades. Y algunos culturas asiáticas practican la adoración a ancestros.
Así de diferentes como son las culturas de las otras, ellas ilustran la verdad central de la existencia humana. Fuimos diseñados para adorar. El corazón humano y su alma anhelan conectar con Dios – aún de postrase ante su grandeza- ya sea que lo reconozcan o no. Eclesiastés 3:11 destaca: “Dios lo hizo todo hermoso para el momento apropiado. Él sembró la eternidad en el corazón humano”, y esa chispa de la eternidad busca la unidad con el Dios eterno. Como escribió Agustín en su libro de Confesiones: “Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
No hay manera de escapar. Fuimos creados para adorar. Tu corazón, tu mente y tu alma fueron programados para buscar a Dios, postrarse ante Él, alabar Su grandeza y darte en rendición gozosa y abandonarte en gratitud. Como escribió C.S. Lewis: “Alabamos aquello en lo que nos deleitamos porque nuestro deleite queda incompleto hasta que se ve expresado en la alabanza.”
En otras palabras, no somos más nosotros mismos que cuando adoramos a Dios en espíritu y en verdad. No estamos mas cerca del jardín del Edén que cuando estamos caminando con Dios en un continuo “sacrificio de alabanza” (Hebreos 13:15), como Adán que caminó con Dios sin pecado y vergüenza antes de su caída. No estamos mas sintonizados con la alegría del cielo que cuando nuestros corazones y almas viven y gritan con los ángeles, los ancianos y los cuatro seres vivientes cerca del trono de Dios que decían:
«¡Amén! ¡La bendición y la gloria y la sabiduría
y la acción de gracias y el honor
y el poder y la fuerza pertenecen a nuestro Dios
por siempre y para siempre! Amén».
No es menos cierto que cuando se pone el sol en atardecer, se nos va la respiración y nuestra alma se levanta en alabanza por instinto. Cuando una bendición inesperada viene a nuestro camino, con naturalidad decimos gracias. Cuando miles de favores de gracia alcanzan en nuestra vida, nuestro corazón reflexiona en alabanza al Dios que las envió.
El pecado que nos separa de Dios puede haber causado un corto circuito de la expresión natural en nuestro instinto de adoración desde nuestro corazón al corazón de Dios. Pero el sacrificio amoroso de Jesús redime nuestras amas caídas, restaura nuestra relación con Dios, reversa nuestro egoísmo y lo regresa al propósito para el que fuimos creados, nuestro máxima meta, como lo destacaba el Catecismo Menor de Westminster; “el fin principal del hombre es glorificar a Dios y gozar de él para siempre.”