Recuerdo cuando comencé a manejar automóviles. La gran mayoría de los adolescentes anhelan el momento de llegar a los 16 años para tomar el famoso examen de la licencia de aprendizaje y el de “la buena”, que es la licencia de conducir. Como novato en el volante, lo que pensaba era en montarme en el carro, echar gasolina cuando el tanque estuviera vacío y arrancar a la calle. Podría decir que lo que uno quiere es calle. La conclusión de ese detalle es que la ignorancia es atrevida. Esa inmadurez de mi parte hizo que se “esbielara” el carro. Ni el motor funcionó. Peor aún, la transmisión se arruinó. Por más gasolina que tenga el tanque del carro, si no se le da mantenimiento al motor, entre otras partes del vehículo, terminamos con un carro inmóvil e incapaz de poder lograr el propósito para el que fue diseñado.
Este detalle es esencial para reflexionar sobre el llamado que tenemos como discípulos de Jesús. Su convocatoria para que hagamos discípulos en todas las naciones la conocemos como la gran comisión. Es la tarea esencial de la misión de discipular, de compartir el evangelio para dar esperanza de vida. Es decir, al conocer a Cristo y consagrar nuestra vida para servirle, lo idóneo es tener una licencia de aprendizaje. En otras palabras, para hacer misión, hay que ser discípulo. Para ser discípulo, hay que tener un corazón enseñable y humilde. Pero como yo hacía en la adolescencia, preferimos guiar antes que aprender. En el proceso de comenzar a manejar nos entusiasmamos con lo que vamos logrando. Al no aprender, se afecta la transmisión del carro y nos quedamos parados sin poder llegar a ninguna parte.
Nuestra historia como iglesia Metropolitana se remonta a la pasión que movió a un grupo de jóvenes que bajo el nombre de la Agrupación Discípulos en Acción (ADA), comprendió que era fundamental compartir a través de la canción lo que es nuestra misión del evangelio. No se puede estar silente e inmóvil ante el llamado urgente de predicar el evangelio. No se puede callar ante una gran noticia de esperanza en el mundo. Dios nos ha permitido ver cosas muy hermosas en todos estos años como iglesia. Eso nos ha enseñado que la canción no es solo música, sino composición que transforma los escombros disonantes en melodías de renuevo.
Puerto Rico está sediento de esperanza. Mira con atención lo que puede ocurrir en su renovación. Hoy hago una llamado a ser discípulos. Convoco a tener un corazón aprendiz que pueda arreglar su transmisión para que al obedecer la gran comisión, podamos hacer la misión de Dios que restaura el corazón.
Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda Pagán