La quiebra del corazón

El tema que ha abarrotado los medios de comunicación por los últimos años en Puerto Rico tiene que ver con el complejo panorama económico de nuestra Isla. Y a sabemos que se ha tomado más prestado de lo que se debería y por ende, no se ha cumplido conforme a los compromisos contraídos. Entre estas cosas, el mal manejo de prioridades y aspectos para ganar el favor de las personas en la cacería de votos, ha hecho que estemos sumergidos en un panorama sombrío y de mucha ansiedad. Ha sido mucho el interés de proyectar más de lo que tenemos y lastimosamente caímos en una quiebra que no permite que se puedan sufragar acertadamente los compromisos apremiantes.

En lo personal, considero que muchas veces divagamos en la misma ambivalencia de querer proyectar e impresionar a los demás con lo que tenemos. Si somos honestos con nosotros mismos, al final del día no aportamos mucho a lo que verdaderamente somos. Lastimosamente, muchos cristianos no hemos sido responsables en mostrar una madurez del manejo de nuestros propios recursos y de la misma manera caer en la misma ansiedad que tanto criticamos del gobierno. En este caso, no son los constituyentes quienes llevan a la quiebra, sino los hijos y personas allegadas, que con tal de comprar su favor, rompemos con la sobriedad de un manejo capaz de lo que tenemos.

Dice el proverbista que “el temor del Señor es el principio del conocimiento; los necios des- precian la sabiduría y la disciplina”, (Proverbios 1:7, NTV). La administración de nuestros recursos requiere disciplina que muestre temor a Dios. El llamado al manejo de los recursos comprende que hagamos un buen uso de nuestro tiempo, del talento y del tesoro. Creo que mucha de nuestra deuda, ocurre porque hemos perdido la noción de la disciplina de dar de nuestros recursos a la obra del Señor con generosidad y responsabilidad. Por eso, muchos hemos caído en lo que llamo la quiebra del corazón, porque intentamos supervisar o criticar al otro cuando en nuestra intimidad hemos preferido el favor de otros por la prioridad de nuestra adoración. A Dios no le damos para que nos dé, pues ya se dio, le damos porque comprendemos que estamos llamados a aportar a la vida de los demás.

Cristo, quien es nuestro modelo de vida, se dio por todos. Cuando dejamos de darnos, perdemos el bendecir a otros y quedamos esclavos de quienes tomamos prestado por no priorizar en lo que vamos a hacer. Dice el autor de Mateo que, “donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón” (Mateo 6:21, NTV). Que nuestro corazón emane vida y que se quede quebrado ante la oportunidad de bendecir.

Bendiciones,
Rvdo. Eliezer Ronda Pagán