Hace unos días estaba conversando sobre las dinámicas que surgen en los funerales de nuestra
cultura puertorriqueña. Como pastor tiendo a acompañar a las familias en los procesos de duelo y
acompañamiento este doloroso momento. Hay expresiones en música, lecturas, fotos, vídeos, en
algunos casos, camisetas, guaguas “tumbacocos”, cabalgatas, motoras y cualquier expresión que
las personas que se dan cita consideran idóneas para el momento. Sin embargo, lo más
consistente son las conversaciones que giran en torno a las memorias de la persona fallecida y las
experiencias vividas con ella.
No es extraño para los asistentes hablar con café en mano, galletas en la otra y celebrar el ver
personas que por mucho tiempo no se veían. La muerte de quien ha partido, nos deja con una
convocatoria para vivir el legado de quien ya no está entre nosotros. La partida de ese ser querido es convocatoria de reunión, recordación y promesas de homenajear la vida de quien ya no estará.
Para el cristiano el funeral no es ajeno al dolor. Ahí lloramos y sufrimos la separación de quien
tanto amamos. Sin embargo, no quiero concentrar mi reflexión en la cultura de las ceremonias
lúgubres del velatorio, sino en lo que es la muerte para el creyente en Cristo.
La muerte es expresión esencial de comprender la vida que Cristo nos ofrece a través de su
resurrección. Como ya sabemos, no puede haber resurrección, si primero no ha ocurrido la
muerte. Esta mañana celebramos una de las ordenanzas mas significativas de la iglesia que
vemos en la palabras de Jesús al convocarnos a hacer discípulos en nombre del Padre, del Hijo y
del Espíritu Santo. El bautismo en agua es, en esencia, un funeral. Es un acto de fe en el que
testificamos, tanto ante Dios como ante el mundo, que la persona que éramos antes está muerta y sepultada, y somos resucitados como una nueva creación en Cristo.
Así lo dice el texto bíblico: “Pues hemos muerto y fuimos sepultados con Cristo mediante el
bautismo; y tal como Cristo fue levantado de los muertos por el poder glorioso del Padre, ahora
nosotros también podemos vivir una vida nueva” (Romanos 6:4, NTV).
Hoy recordamos junto a quienes se sumergen en las aguas bautismales que hemos entrado a una
nueva vida. Recordamos niños que han crecido en la iglesia. Recordamos tiempos de encuentro
de fe en otros y celebramos la fidelidad de Dios. No el funeral del dolor. Es el funeral de una
nueva vida hacia la proclamación de la palabra de esperanza a otros. Damos gracias a Dios que
hoy celebramos la vida en este funeral de la alegría.
Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda