Hay un refrán que dice que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. Cuando nos ocurren cosas desagradables, pensamos que las cosas son eternas y que no hay final. Los eventos que suceden y afectan nuestros pensamientos y emociones pueden dar la impresión de que no tienen conclusión y nos hacen creer que no hay esperanza de un mejor porvenir. Algunos sienten que entran en una especie de abismo sin fondo que hace que el dolor sea mayor que la satisfacción.
Cuando el sufrimiento toca a nuestra puerta, usualmente la desesperación es el camino que atravesamos para aliviar lo que sentimos. Nuestra visión se nubla y no tenemos claridad. Con tal de escapar del dolor, somos capaces de ingerir cualquier sustancia como avenida de escapatoria y de hacer cosas que no hubiésemos imaginado que fuéramos capaces de hacer. Es en este estado donde puede que perdamos la perspectiva de la vida y la esperanza.
Héctor Lavoe cantaba “Todo tiene su final” desde una perspectiva muy similar al autor de Eclesiastés. Su expresión que nada dura para siempre, no se fundamentaba en la esperanza, sino en la tragedia. Sin embargo, el autor de Eclesiastés comparte que todo tiene su tiempo. Su planteamiento es que “Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin” (Eclesiastés 3:11, NVI).
El maestro recuerda que hay cosas que no podemos entender porque nuestro tiempo no es el mismo de Dios. Lo que nos ocurre en la vida, siempre de alguna manera nos llevará a caminos donde podemos encontrar madurez si ponemos nuestra mirada en Cristo. Pablo lo escribió de esta manera: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos (Romanos 8:28, NTV).
Nos toca confiar. Es cuestión de tiempo. Su promesa a través de Cristo Jesús es que Dios conoce nuestro porvenir. Confiemos en su palabra pues así está escrito: “Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». Y el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Miren, hago nuevas todas las cosas!». Entonces me dijo: «Escribe esto, porque lo que te digo es verdadero y digno de confianza». También dijo: «¡Todo ha terminado! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin”.
(Apocalipsis 21:4-6ª, NTV).
En el tiempo de Dios, todo es mejor.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán