Entre vítores, abucheos y dignidad

En estos días es usual la celebración de las hazañas de muchos, con la celebración de días de logros y graduaciones. Allí abundan las memorias, anécdotas y ocurrencias de los graduandos que han alcanzado la gran meta de culminar una carrera y que se proyectan a nuevos caminos por explorar. También está la risa mezclada con lágrimas entre sensaciones confusas por la celebración y la nostalgia de no volver a compartir con la misma frecuencia. A la audiencia llegan los familiares, amigos y otros allegados que al escuchar el nombre del graduando aplauden, gritan y hasta lloran de la emoción para demostrarles el aprecio y cariño que guardan por ellos. La graduación es un momento que evidencia que es posible lograr metas difíciles.

Por otro lado, esta semana nos hemos topado con una controversia de apreciación sobre quiénes somos cómo puertorriqueños luego del lanzamiento del documental “After María”, en Netflix. La reacción de incomodidad en relación a lo que consideran como dolor genuino y otro de menor peso ha tomado cobertura en distintos medios de opinión pública. La polémica de cuáles son los visuales que recogen mejor la identidad y el sufrimiento ha llevado al abucheo de otros puertorriqueños que perdieron sus casas.  Para muchos parecen ser oportunistas. Lo triste de todo es que estamos en el mismo bote del sufrimiento y dolor. El abucheo no es el camino que ayuda a la resiliencia, más aún cuando se trata del dolor que se experimenta.

Para el autor de Eclesiastés, la vida es vapor. No hay necesidad de despreciar al otro por ser distinto. Lo dice de esta manera: “Además, observé toda la opresión que sucede bajo el sol. Vi las lágrimas de los oprimidos, y no había nadie para consolarlos. Los opresores tienen mucho poder y sus víctimas son indefensas… Luego observé que a la mayoría de la gente le interesa alcanzar el éxito porque envidia a sus vecinos; pero eso tampoco tiene sentido, es como perseguir el viento” (Eclesiastés 4:1,4, NTV).

Pensar en la vida, nos debe llevar a ser solidarios y sensibles a la necesidad. La dignidad de un pueblo no descansa en lo que posee o los logros que tenga. Se ubica en su carácter comunitario de estrechar la mano y levantar al otro. Hacernos parte del dolor del otro nos hace ser uno.  Deshumanizarlos por ser diferentes a nuestros criterios personales, es opresivo. En su exhortación, el gran maestro de Eclesiastés dijo:  “Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse mutuamente a lograr el éxito.  Si uno cae, el otro puede darle la mano y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en problemas” (Eclesiastés 4:9-10, NTV).  Como iglesia nos corresponde comprender que somos comunidad. No comprender eso, nos deforma y nos hace perder nuestra verdadera identidad de ser Cuerpo de Cristo.

Seamos una iglesia que dignifique al otro con amor, respeto y los valores del reino de Dios que a fin de cuentas, le pertenece a los pobres (Lucas 6:20). No seamos un pueblo que aplaude en logros y oprima en el sufrimiento. Graduémonos siendo solidarios, dando la mano y levantando al caído. 

Bendiciones,

Eliezer Ronda Pagán