Hablar del proceso de muerte es siempre complejo y difícil. Esto porque entendemos que representa el final. Un final que apaga las posibilidades de alcanzar metas y sueños sobre todo, cuando esta llega de manera imprevista. Un final que nos arranca a quienes amamos y nos llena de sentimientos encontrados. Un final que nos conduce a aceptar que la muerte provoca unos espacios vacíos que no pueden llenarse con nada. Desde esta perspectiva se nos hace difícil realizar que sin muerte no hay resurrección. Sin resurrección no hay posibilidades de una nueva vida.
Jesús, en Juan 11:25, versión Nueva Traducción Viviente nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá aun después de haber muerto”. Jamás nadie podrá dignificar la muerte como lo hizo Jesús cuando se autoproclamó como “resurrección y vida”. Jesús toma la muerte no como el punto final de la vida, sino como el punto de inicio de una nueva vida. Su resurrección nos abre la puerta para entrar en un mundo lleno de oportunidades que no comienza cuando morimos físicamente. Ocurre cuando resucitamos espiritualmente a la verdad de amor que Él nos ofrece. Su palabra nos enseña que Él vino para construir un reino que se establece en cada uno de nuestros corazones. Nos permite ver la vida desde otra óptica, LA DEL REY SOBERANO. Morir a la vieja criatura es necesario para darle espacio a la nueva criatura que se construye a la imagen del Jesús que nos resucita.
La imagen de Jesús impregnada en nosotros nos da la oportunidad de ser mensajeros de una esperanza que no se deja vencer con la muerte. Aún en los momentos mas angustiosos afirma la provisión y el cuidado de aquel que desde el principio nos creó para darnos vida y vida en abundancia. Hoy, puedo afirmar que la nueva vida que Jesús me regaló me ha dado la oportunidad de estar en un lugar de privilegio, el de servir y amar. No hay mayor privilegio que poder servir a Dios y ofrecer a todos las mismas oportunidades que me ha regalado. Él dignificó mi muerte para darme una vida mejor.
Hoy muero a la indiferencia, al discrimen, al menosprecio, al orgullo, a la envidia y le hecho mano a resurrección de la vida de amor, compasión y misericordia que me ofrece Jesús. Hoy sé, que aunque muera, me abraza la esperanza de que su resurrección es la puerta a nuevas oportunidades.
Kevin León