De niña, me hablaron de Dios, pero no conocía a Dios. Le tenía miedo porque me decían que Dios me castigaría si hacía prácticamente cualquier cosa. Pensaba que me iba a quemar en el infierno, pues todo era pecado y por todo, Dios castigaba. No era un Dios compasivo…no era un Dios de amor.
A pesar de esto, Dios me cautivaba y me ataría. Leía la Bíblia, aunque no la entendía, nadie me había enseñado. Iba a la iglesia, cantaba en un coro que se llamaba Nuevo Amanecer, pero seguía sin conocer a Dios. Crecí y comencé a caminar por caminos que me alejaban de Dios. Tropecé, fallé, me caí, pequé. Estaba muerta en vida, en oscuridad.
En un momento de mi vida en que me sentía sola, abatida, perdida, triste, vacía…clamé a Dios y conversé con él, lloré mucho y le entregué mi vida. Mientras lloraba sentía como Él sanaba, porque le confesé mis pecados y mi arrepentimiento. Entonces me dijo: “YO SOY EL CAMINO, Y LA VERDAD, Y LA VIDA, nadie viene al Padre sino por mí ...”. Jesucristo se convirtió en mi CAMINO, fue y es el enlace que tengo con Dios Padre.
Sumergiéndome en su Palabra, conocí LA VERDAD. VERDAD absoluta, porque en Él están escondidos y revelados todos los misterios de Dios Padre. Esa VERDAD me hizo libre, es una VERDAD no condicionada y no tiene variación de tiempo.
Jesucristo es LA VIDA, Él es el autor y creador de la vida. Vino a la tierra, dejando su Deidad para alumbrarnos el camino. Fue muerto por nuestros pecados. A través de la VIDA de su ministerio me enseñó cómo vivir a su lado, a entender su Palabra. A tener paz y gozo, a no estar más en la oscuridad. Al morir y resucitar, venció la muerte…por eso hoy tenemos VIDA, tengo vida… Su VIDA me reveló el corazón y el amor que Dios Padre tiene para mí.
Alma García