Siempre que leo la palabra, es como si tomara un pincel y plasmara en un cuadro lo que voy leyendo. Del texto escogido, (Marcos 4:35-40), he visto muchos cuadros y pinturas. Un barco en riesgo de hundirse y un Jesús poniendo control a la situación narrada en la escritura.
De la lectura del texto puedo inferir que todo empezó bien. Un día normal y situaciones cotidianas, típicas del lugar y de la época. Hombres que vivían de la pesca; rudos, fuertes y conocedores del ambiente y de su trabajo. En esta ocasión hay con ellos un invitado. Jesús, que se sube a la barca y le pide que lo transporte a la otra orilla. Jesús, el hombre, tal vez por el cansancio y el vaivén de las olas se queda dormido.
La naturaleza se hace sentir. Una fuerte y recia tormenta se forma en el lago. La barca se bambolea y hace agua. Los viajeros navegantes que van en ella son invadidos por el miedo de perder la vida de una manera trágica; ahogados en circunstancias que, pienso yo, ya conocían. Creo que en algún momento pasaron por situaciones semejantes a las que narra el texto. Tal vez los vientos les parecieron más fuertes que en ocasiones anteriores.
La ubicación del lago de Galilea propiciaba estos eventos de vientos fuertes que ponían en peligro la vida de sus navegantes, pescadores y usuarios como se narra en el texto. La barca es nuestra vida. Los vientos de tormenta son las circunstancias adversas por las cuales pasamos y pasaremos. El mismo Jesús dijo “en el mundo tendréis aflicciones mas no teman, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). No te faltare, estará contigo, estará conmigo.
Esa es mi fe. Estuvo, está y estará conmigo. Pensando en estos versículos y la experiencia que narran, me gustaría compartir un testimonio contigo. Para el año 1987 el Colegio de Ingenieros y Agrimensores celebró su convención anual en Costa Rica. Acompañé a mi esposo a esta convención y una vez terminada, decidimos llegarnos hasta Guatemala. Allí tomamos una gira hasta un poblado llamado San Pedro, en los márgenes del lago Atitlán. Para llegar, debíamos cruzar el lago, rodeado de volcanes y con características similares al lago de Galilea. Su profundidad era desconocida para aquel tiempo y viajábamos en una barca parecida al arca de Noé y así se llamaba. Una de las características propias del lago de Atitlán es un viento fuerte conocido como Xocomil. Se produce generalmente al mediodía, cuando los vientos cálidos procedentes del sur chocan con las masas de aire más frías que provienen del altiplano. Forman remolinos que agitan las aguas del lago convirtiéndolas en olas muy fuertes que pueden hacer zozobrar las embarcaciones. En medio de la travesía se formó una tormenta y el agua entraba en la embarcación. La algarabía de los presentes cesó. Íbamos de un lado a otro y muchos se golpearon. Todo lucía muy complicado. Me senté como pude en un cajón y hablé con Dios. “Señor mío. Yo vine de vacaciones, no vine a morir ahogada y menos lejos de mi tierra y de mi familia. Confío en ti, haz el milagro”. El milagro fue hecho, ¡Aleluya, la gloria para Dios!
Actualmente estamos atravesando por una situación jamás imaginada. Una pandemia arropa toda la tierra. Mueren miles y miles diariamente. No podemos estar cerca unos de otros. La angustia y el miedo rondan nuestras vidas. El bombardeo de noticias negativas sobre la situación nos abacora y el aislamiento social trae sus efectos negativos. Mientras más tiempo pase nos podemos sentir más solos y vulnerables.
Respiremos profundo llenando nuestros pulmones de aire y nuestros corazones de esperanza. Toquemos el pandero de la gratitud y gritemos fuerte todas las veces que sea necesario “¡Jesús está en mi barca!”.
Migdalia Correa de Rivero