“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de continuo en mi boca”. Sal. 34:1
Desde joven sufro de una condición que afecta mis articulaciones. Por ello he sido sometido a varias operaciones dirigidas a aliviar el dolor y a su vez, permitirme ambular mejor.
En mayor o menor grado el dolor ha sido mi compañero de vida. Hace unos meses fui operado de mi rodilla izquierda y debo confesarles que el proceso de recuperación fue más estresante que todas mis cirugías anteriores juntas. Por alguna razón que aún desconocemos, a pesar de los esfuerzos del médico para aliviar mi dolor, esos primeros 5 días del post operatorio, el dolor resultaba casi intolerable. En medio de la angustia jadeaba de dolor constante, al extremo que rechazaba todo alimento durante esos días, necesitaba “un respiro”.
Mi alma comenzó a clamar a Dios en busca del refrigerio, de la respuesta que expresa el Salmo 34 cuando dice “este pobre clamó y le oyó Jehová”... pero la respuesta no llegaba. Fue entonces que eché mano de mi “herramienta de vida”, la alabanza. En medio del dolor e impotencia, permití que el Espíritu de Dios se hiciera cargo; comencé a adorarle como el que tiene falta de aire. En medio de mi expresión de dolor, la alabanza fluía espontáneamente de lo profundo de mi alma. Y dentro de esta experiencia me pareció comprender al salmista cuando decía, “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío” (Sal.42:11).
En medio de ello surgieron los “gemidos indecibles” del Espíritu de Dios, y la evidencia del salmista cuando expresó, “clamó y le oyó Jehová”. Que maravilloso fue experimentar que el Espíritu de Dios que mora en mí se apoderara del momento y más que aliviar mi dolor, me mostró la dimensión que vivió Cristo en Getsemaní donde aseveró “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
Dios me llevó a ese lugar a experimentar una especial relación con Él, la cual el apóstol Pedro resume de la forma siguiente: “Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables”(1Ped:5:10).
El dolor se alivió a su tiempo, gracias a la intervención de un ángel (médico) que Dios dirigió a ello. Pero me di cuenta que la razón del dolor, de mi necesidad, era una de valor espiritual y eterno.
Si hoy vives momentos de dolor físico, de desesperanza, soledad, escasez, de confusión, levanta tu clamor a Dios y confía en Él, que su promesa en el salmo 37 es, “que Él hará”.
Permítele tomar el volante en medio de tu necesidad para dirigirte a salir victorioso de tu actual experiencia de vida. Para que desde el fondo de tu alma puedas clamar como el salmista: “¡Bendeciré a Jehová en todo tiempo!” Y entender por qué expreso detrás... “Su alabanza estará de continuo en mi boca”.
Rubén Márquez