El Adviento, en su etimología del latín, (“adventus”), significa venida, visita, llegada. Definitivamente, es la época más preciosa y la de más contundente celebración de todos los tiempos. Es el tiempo de preparación, expectativa, tiempo de repensar cuál es el propósito y el significado de la verdadera celebración.
Se refiere al nacimiento y la llegada de Jesús al mundo. Es la luz redentora y salvífica que irradia en nuestro ser y día a día nace en nuestro corazón. Es el más grande milagro del amor. Es la más gloriosa manifestación de amor de Dios que se revela al hombre y a la humanidad completa a través de Su único Hijo, Jesucristo, para anunciarnos las buenas noticias de salvación.
Lo que realmente es doloroso es que la mayoría de la gente confunde o simplemente no sabe el verdadero significado de la Navidad. Se sumergen en el “torbellino superfluo del “consumismo”, con los estruendos ruidosos de los “siquitraques”, pirotecnias y cohetes. Ponen decoraciones con luces de colores, destellos y brillantes. Celebran con festejos, bailes y bullicios sin sentido. Son huecas y vacías, carentes de esencia, engañando sus corazones para tratar de llenar los vacíos existentes de su ser.
Pero la realidad es que este evento trastocó la historia misma. Fue por esa buena noticia de gran gozo cuando la luz redentora brilló en el cielo. Llamó la atención a los pastores; aquella noche donde la estrella de David, junto con cada elemento de su creación, gritó con fuerza sobre los montes silenciosos y quietos. Se reveló ese milagro de amor eterno que hoy por hoy nos da vida. Es Lucas, en el capítulo 2, versos del 10 al 14, que expresa: – “Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, alabando a Dios y diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres que gozan de su favor! También, lo vemos en Isaías 9:6-7, que nos lo expresa mucho más impactante: “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. El aumento de su soberanía y de la paz no tendrán fin, sobre el trono de David y sobre su reino para sostenerlo con justicia y rectitud desde ahora y para siempre.
El adviento es tiempo de concienciar. Es tiempo de detenernos y repensar con cuántos detalles el Dios Omnipotente se manifiesta para que podamos entender con claridad que nos entregó Su único Hijo. Nació en un humilde pesebre, para enseñarnos la grandeza de esa profecía, para traernos vida plena y eterna salvación. Es el tiempo sazonado con dulzura, sencillez, humildad, y sobre todo. con Su amor inalterable e inquebrantable preparado con cada detalle. Porque nuestro Señor ciertamente es un Dios de detalles, que todo lo hace con un propósito particular, sin dejar nada en el vacío, sin dejar cabos sueltos. Con el único propósito de llamar nuestra atención, y de que le conozcamos. De que le permitamos que no solo en esta temporada, sino cada día, nazca en nuestros corazones. Así lo detalla Isaías en el capítulo 7, verso 14: “Dios mismo les va a dar una señal, la joven tendrá un hijo al que pondrá por nombre Emmanuel, que significa: “Dios con nosotros”.
La celebración de la llegada del Mesías no es recuerdo, no es solo una temporada. La Navidad es una realidad que se hace presente todo el tiempo en nuestras vidas. Es permitir que nuestro Señor y Salvador vuelva a nacer en nuestras vidas y permitirle reinar en nuestros corazones. Entender cuánto nos ama el Padre Eterno. Es por ello que no hay regalo más preciado que Jesús, reinando en nuestro corazón. Esa es la razón de nuestra celebración. Permite que hoy la luz redentora de Cristo alumbre tu ser por siempre, que el Emmanuel, Rey y Pastor entre y reine en tu corazón, que sea el Dios que por siempre esté contigo y dirija tu caminar.
Liz González