Sin omisión

A las 5:30 a.m., salíamos de nuestra casa en Morovis hacia Manatí. Allí mi mamá nos dejaba con mis tíos para que nos llevarán a la escuela. Así ella podía llegar a su trabajo a las 7:00 a.m. de donde saldría a las 5:00  a 6:00 p.m. Era madre soltera. Trabajaba 10 horas diarias “pa”  sacarnos      “palante”. Pero aunque esto era importante (proveer sustento a nuestro hogar),  los 30 minutos que pasábamos con ella en el carro en las mañanas y las tardes, eran mucho más valiosos para nosotros.

Por la mañana prendíamos el carro y poníamos un casete de 33DC, Yadira Coradín, o Claudina Brinn. Cantábamos a viva voz y luego hacíamos una pausa en el valle a mirar la neblina que se acumulaba en el mismo. Allí comenzábamos a orar. Ella comenzaba y nos invitaba a hacerlo. A veces nos atrevíamos y a veces no, por la timidez. Pero ver a nuestra mamá orando todos los días, sin falta, sin peros, nos enseñó. Los pocos espacios que teníamos para estar juntos, ella procuraba invertirlos en nuestra formación cristiana. Esta se daba como algo natural y no impositivo. Tenía muy claro que el discipulado se daba a través de una relación de confianza. 

En las tardes nos buscaba y dos días de la semana subíamos a Ciales a nuestra comunidad de fe en donde crecimos orando, leyendo la Palabra y viendo la vida de muchos seres cambiadas por el amor de Dios. A veces nos ubicábamos debajo de los bancos mientras nos arrastrábamos para ver quién cruzaba de atrás “palante” más rápido. Era un estilo de vida. De camino a casa volvíamos cantando a toda voz. Y al llegar casa, mamá nos acostaba leyéndonos historias bíblicas comprensibles para nuestra edad. 

Una mujer cansada y ajetreada, profesional, brillante, y fiel al Señor decidió anteponer todos los obstáculos y discipularnos.  No delegó en nadie el formar en nosotros el corazón de Jesús. No omitió la Gran Comisión. Ella, quien había sido restaurada de grandes dolores y pasados difíciles, decidió conversar con nosotros sobre Jesús al levantarnos, al acostarnos, al sentarnos a comer,  y mientras íbamos en el carro. Tomó en serio el llamado de Jesús en Mateo 28:19-20 que dice: "19 Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. 20 Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos»."

Aunque estos ejercicios eran intencionales había algo que fluía en ella que sobrepasaba lo intencional. Algo dominaba su forma de ser y su carácter. Actuaba distinto a los demás. Era amorosa y compasiva. Generosa aún en la escasez. Bondadosa sin importar a quien. Sus palabras eran respaldadas fielmente por sus acciones. No había desfases ni discrepancias. Su educación y modelaje a nuestras vidas caminaban agarrados de las manos. 

Nos cambio la vida. Aún de adultos conservamos este vínculo de mentoría con nuestra madre. Pero el ejercicio del discipulado no finaliza hasta que la persona mentoreada es quien discipula.

Ahora dedico mi vida a la formación del carácter de Jesús en la Iglesia del Señor. No omitamos la gran comisión. Comencemos desde casa. 

Texto: Deuteronomio 6:4-8 (TLA) “¡Escucha, pueblo de Israel! Nuestro único Dios es el Dios de Israel. 5 Ama a tu Dios con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales. 6 Apréndete de memoria todas las enseñanzas que hoy te he dado, 7 y repítelas a tus hijos a todas horas y en todo lugar: cuando estés en tu casa o en el camino, y cuando te levantes o cuando te acuestes”. 

Christopher Villafañe