Vivimos en una sociedad altamente influenciada por los diversos medios masivos de comunicación. Estamos en lo que muchos expertos en el campo de las comunicaciones llaman la época de los instantáneos. Lo que ocurre a nuestro derredor es publicado al momento por los diversos “reporteros aficionados” en las redes sociales. En algunas ocasiones se tornan virales y hasta son reseñados por noticieros y periódicos de alta circulación. Lo único que hay que hacer es oprimir el botón que indica “enviar”. Son muchísimos los casos de situaciones “viralizadas” por quienes han enviado el acontecimiento y se ha tornado en el tema de conversación sin ningún aporte sustancial a la vida.
Hoy, la mayor parte de la población posee un celular inteligente que capta imágenes y graba sonidos en alta calidad. Lo que llamamos inteligente, lo decimos por la versatilidad más que por la actuación a base de lo que enviamos. Lo que la persona desea compartir es hecho sin mucho esfuerzo, y en muchas ocasiones hace más daño que bien al que lo recibe. De hecho, considero que un gran porcentaje de lo que se comparte no se hace para instruir, sino para recibir comentarios y aportaciones de los seguidores de las redes sociales y de esa forma “medir” el impacto de lo que se publica. En otras palabras, se envían cosas con el fin de lo que digan y no de lo que puedan contribuir a los demás.
En la Metropolitana, hemos estado pensando a base de un corazón que ame, un carácter discipulado y un sentido de envío en la misión de Dios. No se trata de ser enviados como expresión de la obligación, sino de la comprensión de la noticia de Dios que puede transformar al mundo. El principio no es ser viralizados, sino servir a quienes somos enviados.
Cuando Jesús se acercó a sus discípulos luego de la resurrección, nos relata el texto lo siguiente: “Ese domingo, al atardecer, los discípulos estaban reunidos con las puertas bien cerradas porque tenían miedo de los líderes judíos. De pronto, ¡Jesús estaba de pie en medio de ellos! «La paz sea con ustedes», dijo. Mientras hablaba, les mostró las heridas de sus manos y su costado. ¡Ellos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor! Una vez más les dijo: «La paz sea con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes» (Juan 20: 19-21,NTV).
Jesús nos envía a compartir nuestra vida desde nuestras heridas y no desde nuestras garantías de comodidad. El fruto de la paz ocurre en el sembradío de la esperanza en medio del conflicto humano. El llamado a compartir debe ser uno acompañado de sentir con el corazón de Dios.
Las redes sociales están saturadas de información innecesaria que no siempre moviliza hacia una gestión de transformación del conflicto. Te invito a que pensemos qué compartimos y cuál es el sentido de lo que comunicamos. La actitud de la gratitud y el desafío del servicio debe ser sostenido por la acción de la compasión. Es mi oración que seamos una iglesia mejor conocida por nuestro corazón hacia la compasión que por una obstinada a la contemplación que no aporta a la transformación.
Bendiciones,
Eliezer Ronda