De niño fui de esos que vimos muchas películas de piratas. Allí se veía a quienes navegaban los mares entre el continente europeo y los que estaban en el Caribe con la intención de llegar a las costas de los territorios. Muchas de esas tramas, estaban llenas de fantasía como la de Peter Pan en sus luchas con “Captain Hook” o como en las más recientes tramas de Johnny Deep en “Pirates of the Caribbean”. No obstante, el saqueo marítimo fue una constante desde los bárbaros antes del 250 AC y lo que sabemos por nuestra historia caribeña, hasta el siglo 19.
Los piratas, que lejos de lo que a veces vemos en las películas, no siempre eran grupos improvisados. Mas bien eran enviados por los gobiernos de los países europeos. Tenían el objetivo de interceptar las rutas de lo ya saqueado en las tierras que habían visitado. Pretendían hacerse dueños de lo que de por sí no les pertenecía a quienes habían interceptado. La piratería era el reflejo de la codicia de quienes añoraban más por la sed insaciable de poder que les gobernaba. Querían más a costa del daño del otro.
Muchos no conocen la piratería por la delincuencia marítima, sino como aquella que toma los derechos de autor de otros para lucrarse mediante el mercadeo de propiedades que no les pertenecen. Lo hemos visto con la música, vídeos, aplicaciones de celulares, libros, etc. La piratería es la expresión de lo que guardamos muchas veces en nuestro corazón. En la escritura podemos leer: “Pero los que viven con la ambición de hacerse ricos, caen en tentación y quedan atrapados por muchos deseos necios y dañinos que los hunden en la ruina y la destrucción. Pues el amor al dinero es la raíz de toda clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridas dolorosas” (1 Timoteo 6:9-10, NTV). El autor bíblico va a la pura esencia de la piratería. El problema es cuando el dinero nos gobierna. Por ende, crea afán para nuestra vida y no nos permite vivir en plenitud. Jesús lo dijo así: “Donde esté tu tesoro, allí estarán también los deseos de tu corazón” (Mateo 6:21, NTV).
Siempre que reflexionamos sobre la forma en que manejamos nuestros recursos económicos en la iglesia, vienen toda una serie de preocupaciones con las personas. Muchos parten de la premisa que las iglesias son negocios de enriquecimiento de quienes la dirigen. El mismo principio bíblico de diezmar, ofrendar y servir, presenta todo lo opuesto. Es dejar la codicia para dar y aportar. La iglesia está llamada a hacer lo mismo y a ser responsable en la generosidad. De lo contrario, también se convertiría en pirata en su navegación y no misionera en la proclamación. Seamos generosos. Demos. Aportemos y vivamos como misioneros en vez de cómo piratas. Dile no a la piratería.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán