El principio de la sabiduría

En el libro de Génesis podemos leer que cuando Dios creó al hombre y a la mujer les ofreció una infinidad de opciones a escoger como alimento. Incluyó el árbol de la vida con la condición de que no comieran del árbol del conocimiento del bien y el mal.  Adán y Eva optaron por desobedecer a Dios, e ingerir el fruto de dicho árbol. Esto representó un acto craso de rebeldía con el que reconocían su independencia del Dios Creador. Este relato fue el comienzo de una lucha diaria que tenemos, la cual se basa en el criterio con el que discernimos entre el bien y el mal, lo correcto y lo indebido, lo justo o lo corrupto. Pensar que abarcamos todo el conocimiento moral, contextual, académico o situacional de un aspecto para decidir entre lo bueno y lo malo nos hace recrear las acciones cometidas en el Edén por Adán y Eva.

Podemos leer en Proverbios 1:7 que “El temor del Señor es la base del verdadero conocimiento, pero los necios desprecian la sabiduría y la disciplina”. Eso quiere decir que no hay cantidad de conocimiento humano, estudios académicos, vivencias o experiencias que se comparen con la sabiduría que se nos es concedida cuando obedecemos a Dios. De hecho, antes de que existiera algún tipo de ley hebrea, conocemos a un hombre que escuchó la voz de Dios, o sea, le obedeció.

Aún con sus errores, dudas, y hasta desobediencia, recordamos a Abraham como un personaje bíblico que tuvo temor de Dios. Constantemente luchó con su propia capacidad de discernir entre el bien y el mal. Obedeció el criterio de Dios ante cualquier situación.

Tomar del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal representaría pensar que yo tengo la capacidad y la voluntad de reconocer lo correcto de lo que no lo es. Sin embargo, la intención del Dios Creador era que nuestro constructo moral estuviera basado en su perspectiva y no en la nuestra; en su sabiduría y no en nuestros conocimientos; en su voluntad y no en nuestro poder decisivo. Entender esto no elimina la complejidad de este asunto. Reconocer su Señorío sobre nuestra vida, Su amor sobre nuestro dolor, Su perdón sobre nuestro orgullo, nos debe llevar a decidir por Él, y no por nuestro discernimiento.

 Raquel González Morales