Cuando llueve y no escampa

Qué malo es cuando tenemos una actividad al aire libre y nos cae un aguacero que opaca todo el esfuerzo de la actividad. Peor aún es si viene con algo de viento porque hace que los detalles de la decoración se deterioren.  Con ello se añade la ausencia de invitados al festejo. En ocasiones, podemos optar por la cancelación y en otras, por hacer lo que podemos con lo que tenemos de frente. Han sido días muy difíciles para Puerto Rico. Ha llovido mucho y parece que seguirá lloviendo por un tiempo.

Es muy duro lo que hemos vuelto a vivir en estos días en la administración pública de nuestra Isla. Por un lado, nos enfrentamos al momento donde se conjuga la corroboración de la sospecha de quienes pensaban en la incapacidad de gobernar.  Por otro, vemos la decepción de quienes confiaron en la capacidad de dirigir un país.  Esto se ha entrelazado para encontrarnos con el peso de lo que a todas luces es un engaño. La intención de hacer creer a otros que tenemos una imagen de lo que somos cuando no lo somos.  El fin de ganar la confianza disfrazados de justicia es lamentable, vergonzoso y reprochable.  Llevamos demasiados años arrastrando problemas de ética, integridad y moral como país. Se acompaña con discursos de persuasión que al final solo encubren la adulteración de lo que debe ser la administración. Se legisla para una moralidad que invita al aplauso  religioso de las masas.  Pero se vive bajo la transgresión de las leyes que nos invitan a la justicia y servicio de todos. Ya lo hemos dicho de antemano, la corrupción no está materializada en el hurto del dinero. 

Allí se descubre, pero su nacimiento es un germen que ocurre desde el corazón que desprecia al otro y ansía para sí el poder, dominio y autoridad.  Jesús, en su mensaje en el llano según el evangelio de Lucas,  compartió que a los árboles se les identifica por su fruto. Lo afirmó al decir que de  la abundancia del corazón habla la boca (Lucas 6:43-45). En nuestro caso, pudiéramos añadir que también escriben los dedos. 

Esto nos presenta la madurez que reside en el carácter. Aquí es donde nos toca el desafío de la madurez y el fruto del espíritu. La discrepancia en las ideas de pensamiento nunca deben ser invitaciones para destruir la dignidad, la reputación y el valor humano de los demás.  De ahí emerge la sana espiritualidad en cómo vemos a Dios, al otro, el entorno y ante todo, a nosotros mismos.

Los logros o resultados de éxito nos llevan a la tentación de ocultar lo que hay en el corazón y con ello, cómo atendemos a quienes estamos llamados a servir. El instrumento de velar por la formación educativa del país y quienes dirigen tales proyectos, debe ser el norte y no el plato que seduzca el apetito del poder. El cuidado de la salud de un país no debe ser delegado en quienes añoran el dominio por tener, sin el interés de dar cuando hay cuidados que no son cubiertos por la avaricia.

Es más doloroso cuando se ubican en intentos de reformas que mas bien han deformado la esperanza del país.  El profeta Amós, en su mensaje hacia el reino de Israel lo destacó así: “Pues venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias. Oprimen y humillan a los pobres, y se niegan a hacer justicia a los humildes. El padre y el hijo se acuestan con la misma mujer, profanando así mi santo nombre” (Amós 2:6b-8,DHH). Es claro cómo el profeta advierte al reino de Israel sobre las vidas que descuidan al pueblo. Lastimosamente, quienes dirigen al país se han acostado con la misma mujer que con su mirada seductora ha socavado la dignidad del servicio.

Decía Pablo: “El reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17, RVC). La propuesta del reino de Dios es que haya honradez, tiempos para reír y espacios para encontrar tranquilidad. Nos toca como iglesia, velar para que todos podamos tener acceso a la propuesta del reino de Dios.  Lo que hemos vivido estos días ha sido muy distinto. Han sido días de mucha lluvia con relámpagos y centellas. Lo que se preparó con tanto esmero ha sido destruido. Nos toca reedificar otra vez.

De igual manera, el profeta Amós dijo: “Si ustedes me buscan, vivirán. Pero no me busquen en Betel, ni vayan a Gilgal, ni pasen por Berseba. Porque los de Gilgal serán llevados al cautiverio, y los de Betel serán exterminados. Búsquenme a mí, el Señor, y vivirán (Amós 5:4-6ª, RVC). Creo que podemos encontrar esperanza cuando volvemos a lo que el reino de Dios propone y no lo a lo que el país supone. Nos toca volvernos a Dios, pero no a buscarlo donde sabemos que no está, pues volveremos a terminar en el cautiverio.  Vamos a levantarnos. Ya terminará la lluvia. Nos toca tener casas sobre la roca y no en terrenos arenosos.

Con amor, respeto y humildad,

Rev. Eliezer Ronda Pagán