I Corintios 15:3-4, 13-14; Juan 11:25
Los cristianos celebramos la victoria más grande del Cristianismo: la resurrección de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador. El Cristianismo es el único movimiento religioso que reclama ser verdadero en base a la resurrección de su líder y fundador. Por ello, es fundamental para la fe cristiana la resurrección del Maestro y cómo eso influye para nosotros poder vivir vidas resucitadas o vidas victoriosas.
Lo primero que deseamos resaltar es que, si Cristo no hubiese resucitado, hubiera significado que Él era igual a cualquier otro hombre, sin ninguna autoridad especial que lo diferenciara de los demás buenos y grandes hombres religiosos de la historia. Según el Evangelio de Juan 2:18-22, cuando Cristo expulsó del templo a los mercaderes, los judíos se le acercaron y le dijeron: “¿Qué señal nos muestras ya que haces esto?” Respondió Jesús y les dijo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de Su cuerpo. Por tanto, cuando resucitó de entre los muertos, Sus discípulos se acordaron de que había dicho esto y creyeron a las Escrituras y a la palabra que Jesús había dicho”.
El apóstol San Pablo vio en la resurrección una confirmación de Su deidad, de Su divinidad, de Su preexistencia. A Pablo no le contaron para él desarrollar una teología sistemática sobre la resurrección y la persona de Jesucristo. Pablo vio personalmente a ese Cristo resucitado de camino a Damasco. Si Jesús hubiese permanecido en la tumba, no habría ninguna garantía para nosotros, los creyentes en Cristo, de que Su sacrificio había cumplido Su propósito. En el verso 14 del capítulo 15 de 1 Corintios dice: “Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe”.
Dios levantó de entre los muertos al que se había despojado de Su gloria y le puso un nombre que está sobre todo nombre y Su Señorío hoy no tiene límites. El ministerio de Jesús no terminó con la cruz ni aún con Su ascensión, sino que continúa bajo la inspiración del Espíritu Santo en Su Cuerpo que es Su Iglesia. Romanos 8:34 dice: “¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió, más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios (Padre), el que también intercede por nosotros”. El texto bíblico nos plantea un presente y no un pasado. ¡Cristo intercedió y aún está intercediendo por nosotros; por Su Iglesia! Ahí radica la vida abundante de los que hemos creído. La resurrección de Cristo nos ofrece la seguridad de que Jesús, el Hijo de Dios, nuestro sustituto, intercede en el cielo por Su pueblo.
Cuando Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros”. Si Cristo no resucitó, tampoco hay resurrección para los muertos en Cristo. Vana sería nuestra esperanza y floja y enclenque nuestra fe. Los cristianos no tenemos que vivir vidas derrotadas con actividades derrotadas. La resurrección es una garantía de que los creyentes podemos y debemos vivir en el presente el Reino de Dios, porque entre nosotros está la viabilidad de ese Reino ya que Él vive en nosotros. Por eso el apóstol Pablo dijo: “Ya no vivo yo, más Cristo vive en mí.” Se pueden vivir vidas resucitadas en obediencia al Evangelio. La resurrección de Cristo es la victoria de Su Iglesia; es la victoria de los Hijos del Nuevo Israel que es Su Iglesia; es la victoria del Señor; es mi victoria; es su victoria. Cristo resucitó para que creyésemos y tuviésemos vidas abundantes y agradables a Dios. El Evangelio del Resucitado es un estilo de vida, un sistema de valores, una experiencia profunda y real. Vivimos porque Cristo vivió; vivimos porque Jesús murió para que tú y yo viviéramos. Vivimos porque el secreto está no en aquel que vive la vida como autómata sino en aquel que sabe vivir la vida en plenitud con Cristo. Donde el enemigo trata de detenerte para que no entres, Dios está por hacer un milagro. Entre más grande el enemigo, más grande es Dios. Entre más grande el infierno, más grande el cielo. Entre más grande la amenaza, más grande el milagro. Vivir una vida resucitada significa vivir vidas bendecidas. La resurrección nos enseña que la palabra final siempre la tiene Dios. La resurrección es la esperanza de los cristianos de un nuevo amanecer.
Es Juan quien nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi vivirá, aunque muera” (NVI). Esta es promesa y esperanza a la vez. Nosotros hemos creído en la veracidad y las enseñanzas del Resucitado. Por ello, afirmamos la vida por encima de la muerte.
Rvdo. Héctor M. Rivera / Elga E. Vega