Dios nos encuentra cuando se lo pedimos

Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas“ (Juan 10:11)

Este verso bíblico me lleva a mi niñez.  Recuerdo quedar embelesada mirando un cuadro que había en algunas casas que visitaba donde se mostraba la figura de Jesús con una oveja en sus brazos. Yo era una niña con mucha imaginación y me veía en el lugar de la oveja. ¡Que felicidad sentía al ubicarme en la protección de esos brazos!

Al ir creciendo, pude entender la magnitud del cuidado y amor de Jesús por mí que lo llevó a dar su vida en la cruz. Ese sacrificio lo distingue como Pastor por excelencia. Siempre vigilante y amoroso quien nos conoce y nos llama. Su cuidado es constante y nos busca no importando donde estemos.

Recuerdo una ocasión, para la década de los 80, cuando visité la cárcel de mujeres en Vega Alta junto a la Agrupación Discípulos en Acción.  Para ese tiempo yo era la directora del grupo. Comenzamos nuestro programa de cánticos y testimonios frente a una audiencia de mujeres atentas que parecían disfrutar la música. De momento, una de ellas, poniéndose en pie preguntó si sabíamos el himno “Eran cien ovejas”.   Miren hermanos, ese himno que realmente se titula “Visión Pastoral”, lo cantábamos mucho para la década de los 70 pero ya no era parte del programa. De todas formas le dije a la joven que lo sabíamos y fui donde los músicos a “buscar el tono” adecuado. 

Comenzamos a cantar y de forma simultánea empiezan muchas de las reclusas a llorar y a cantar cada estrofa del himno. Lloraban, alzaban sus manos, cantaban. De más está decirles que la mayoría de nosotros lloramos al punto que casi no podíamos cantar.  Supimos por ellas mismas que habían crecido en el evangelio y que la toma de decisiones erróneas las había llevado a perder su libertad. 

Pero en esa tarde gloriosa el Buen Pastor las fue a buscar allí en ese encierro, experimentando una vez más el amor de Jesús por todas sus criaturas. Les dejo con una estrofa y el coro del himno “Visión Pastoral”:

Eran cien ovejas que había en el rebaño

Eran cien ovejas que amante cuidó 

Pero en una tarde al contarlas todas 

Le faltaba una, le faltaba una y triste lloró.

Las noventa y nueve dejó en el aprisco 

Y por las montañas a buscarla fue

La encontró gimiendo, temblando de frío

Curó sus heridas la tomó en sus brazos y al redil volvió.

Dios les bendiga

Mayra Huertas de González