A principios del año 2019, obtuve mi licencia de conducir. Solo era para ir a la universidad y mi trabajo en ese entonces. No me gustaba conducir de noche, así es que lo hacía cuando salía tarde de mi trabajo, y podía ser máximo dos días a la semana. Sin embargo, un día decidí romper con eso porque era el velatorio de la mamá-abuela de una familia a la que respeto y le tengo mucho aprecio. Tan pronto terminó el servicio especial que se hizo, me despedí y me fui.
Llegando a mi casa, me detuve en una luz roja y comencé a llorar. Me preguntaba cómo era posible que, a pesar de todas las decepciones que me había llevado, de todas las lágrimas que había derramado y del mal comportamiento que tenían ciertas personas a mi alrededor para conmigo, aún era capaz de hacer cosas por las personas. Esa familia no tenía nada que ver, son muy especiales. La respuesta llegó rápido, eso solo lo hace Jesús, el Buen Pastor. El mismo que cuida a sus ovejas, cuida mi corazón y lo mantiene limpio, noble y sin rencores. Ese día, frente a una luz roja del semáforo y en la noche, prometí que, sin importar como fueran o qué hicieran las personas que me rodeaban, iba a amar, así como Dios me ama a mí.
Yo no conozco tus ansiedades, tus miedos o cualquier otra situación que estés pasando, pero así como a mí, Jesús te dice: “Eje, yo estoy aquí, yo te cuido, te protejo y te guío, y si en algún momento, en medio de todo, te sientes perdido, soy capaz de dejar a las 99 e ir por ti”.
“Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por sus ovejas” (Juan 10:11)
Nicole C. Santiago Luyanda