“Diré yo a Jehová: Esperanza mía y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré” (Salmo 91:2)
Meditando en los eventos que han ocurrido en las pasadas semanas, me preguntaba cuándo terminaría esta situación. Estamos enfrentando un enemigo que no vemos, el cual, de repente, nos tiene aislados en nuestras casas. Un evento que no formaba parte de la lista de situaciones difíciles que podríamos enfrentar. Cuando ocurrieron los fuertes temblores en el sur de nuestra isla, provocando tanto desastre y dolor, pensé que prefería el huracán, ya que nos daba tiempo de prepararnos para enfrentarlo. Ahora creo que este virus es uno de los mayores peligros a los que nos exponemos, aún peor que el huracán o el temblor.
Los expertos en el tema nos han dado unas instrucciones a seguir para evitar el contagio, las cuales seguimos responsablemente. Pero cada día que pasa la carga se hace más pesada. Nos abruma no poder trabajar, cumplir con nuestras responsabilidades; no poder ver a nuestra familia, hermanos, amigos. Toda nuestra vida, como la conocíamos ha cambiado. Todos nuestros planes se quedaron en pausa. La ansiedad y las preocupaciones comienzan a hacer estragos en nuestra vida y en la de nuestra familia inmediata.
En 1 Pedro 1:3 nos dice que la resurrección de Jesucristo de los muertos, nos hizo renacer para una esperanza viva. Es aquí donde se marca la diferencia. No vivimos como si no tuviéramos esperanza, porque el sacrificio de Jesús en la cruz y su resurrección nos dieron nueva vida. Nuestra vida está en sus manos, le pertenecemos, Él nos ama, nos da paz, tranquilidad, consuelo, suple nuestras necesidades; no importando de qué índole sean, porque Dios no tiene limitaciones. Es necesario que le creamos a Él con todas nuestras fuerzas y no nos dejemos engañar de ideas que debilitan nuestra fe. Reforcemos nuestro tiempo de oración, meditación, lectura de la biblia y ayuno. Estas nos ayudan a fortalecer aún más nuestra fe y a esperar con serenidad, apoyados en la fuerza que el Señor nos da cada día.
Mantengamos nuestra mirada en el Señor, sabiendo que Él controla todo y nada se mueve si no es porque lo permite. Él es nuestra esperanza firme, nuestro castillo fuerte, es el único en quien podemos confiar. Podemos descansar tranquilos en el que lleva nuestras cargas. Como dice el cántico: “Aunque no puedas ver está obrando”.
Migdalia González