"Se desato entonces una fuerte tormenta, y las olas azotaban la barca, tanto que ya comenzaba a inundarse. Jesús, mientras tanto, estaba en el cabezal, así que los discípulos lo despertaron. ¡Maestro! gritaron no te importa que nos ahoguemos?
Él se levantó, reprendió al viento y ordeno al mar: ¡silencio! ¡Cálmate! El viento se calmó y todo quedo completamente tranquilo. ¿Por qué tienen tanto miedo? dijo a sus discípulos. Todavía no tienen fe? Marcos 4:37-40 versión NVI
Al leer este pasaje, vino a mi memoria un acontecimiento de mi vida. No recuerdo exactamente la edad que tenía, pero creo que pudo ser entre los 10 a 12 años. Mi mamá nos llevó a mí, mis hermanas y mi hermano, todos menores, a un paseo de domingo en el Viejo San Juan. Allí decidió montarnos en "La Paseadora", una lancha que hacia un viaje por la bahía de San Juan. Incluía pasar por el área detrás del Castillo del Morro y otras más allá. De regreso, comenzó a llover fuertemente, las olas se hicieron fuertes y el mar se puso muy bravo.
El capitán de la lancha y sus ayudantes comenzaron a tratar de mantener la lancha en control; fue espantoso. En la lancha habían niños, mujeres y hombres adultos. Era un paseo familiar.
Parecía que la lancha se iba a hundir. Se movía de lado a lado y brincaba. Los niños y todos nosotros, estábamos llorando y gritando asustados. Fue un verdadero caos, fue horrendo.
Los adultos tratando de controlar a los niños y de mantener la compostura. De momento, en medio de ese caos comencé a ver los adultos, hombres y mujeres con lágrimas bajándoles por sus mejillas. En el vaivén y brincos de la lancha, estaban en actitud de rezo u oración, como podían, mirando hacia arriba, ojos cerrados, etc. A la verdad, no recuerdo cuánto tiempo duró esa odisea. Para mí fue eterno. De momento, fueron calmándose las olas, el mar se tranquilizó y pudimos llegar al muelle a salvo.
Entonces, puedo decir que nos volvió el "halo de vida". Nuestro corazón y respirar volvió a nuestro estado natural, la tranquilidad, y compostura a todos. Ahora, ya adulta, al recordar, estoy segura que Dios oyó el clamor, tuvo compasión y pudimos salir de ese terrible momento. Creo firmemente que Dios no ha cambiado, sigue siendo el mismo. El Dios que entra a nuestra vida y se lleva nuestra ansiedad, miedos, etc., y nos devuelve la esperanza, y el "halo de vida". Entonces, podemos tomar un nuevo respiro para continuar en este viaje de la vida. Dios solo espera que tú y yo nos acerquemos a Él y Él hará.
Dios les bendiga.
Carmen Rivera (Titi)