“Así que pongan sus preocupaciones en las manos de Dios, pues él tiene cuidado de ustedes”. (1 Pedro 5:7)
Hace dos meses, tuve el privilegio y el gran reto de dar a luz a mi primera hija, Joy Victoria. Recuerdo que fue inesperado ya que se adelantó dos semanas a la fecha pautada. A las once de la noche del 14 de febrero, comenzaron las contracciones y así pasé la noche y madrugada. Al día siguiente, a las 8 de la mañana, nos dirigimos al hospital con 9 cm. de dilatación. Al llegar y verme sola en la sala de parto, recuerdo que sentí un poco de miedo y ansiedad. Pero rápidamente comencé a orar y a entregar aquel lugar al Señor. Luego de hacer varios ejercicios durante toda la mañana, llegó la hora de pujar, diría que la parte más difícil. Después de 40 minutos de pujo, con Christopher al lado mío pujando, nació Joy Victoria, a las 12:14 del mediodía. ¡¡Qué gran alivio!! Después de todas esas respiraciones cortas, al fin pude respirar tranquilamente. Que bien se siente poder respirar.
En este tiempo de cuarentena por COVID-19, distanciamiento social, pausa de trabajo y otras circunstancias que nos acompañan, podemos vernos llenos de preocupación, ansiedad por el presente y futuro y quizás falta de esperanza. Hasta podemos encontrarnos con respiraciones cortas y pensando cuándo esto va a acabar, tal y como yo pensaba en el momento de pujo.
Pero reflexionaba en cómo ese momento de pujo, aunque fue duro, no fue permanente sino que tuvo fin. De igual forma, tenemos esperanza de que este tiempo y estas circunstancias no son permanentes, tendrán su fin; ya sea en este mundo o cuando nos encontremos con nuestro amado Jesucristo, con quien tendremos paz eterna. Y así como nos exhorta Pedro, si ponemos nuestras preocupaciones en las manos de Dios, podemos estar seguros de que Él tiene cuidado de nosotros.
Poner, dejar, echar, todos estos verbos significan una cosa y es dejar de tener en nuestras manos para que alguien más lo tenga. En este momento, reflexiona y trae a tu mente aquellas cosas que te preocupan, que te ponen ansioso, que te roban la respiración. ¿Trabajo?, ¿finanzas?, ¿futuro?, ¿salud?, ¿familia?… todas son válidas. Pero Dios nos invita a descansar en Él. Nos invita a entregar en sus manos nuestros más profundos pensamientos. Toda preocupación y todo pensamiento que me provoca ansiedad lo entrego en las manos del Señor, pues Él tiene cuidado y está en control. Cuando entrego, entonces me ocupo de llenar mi mente con pensamientos de bien: “Tengo a mi familia”, “Tengo salud”, “Mis hijos están bien”, “Dios está conmigo”, entre otros.
Pon tu ansiedad en las manos del Señor… Respira
Lisa M. Cruz Sánchez