37 Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba. 38 Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? 39 Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. 40 Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? (Marcos 4:35-40 Reina-Valera 1960 (RVR1960).
Recientemente comentaba sobre la experiencia que viví durante mi último día de trabajo en la oficina. Recibí instrucciones de trabajar desde mi casa, como empleado en destaque, tras la emergencia nacional provocada por el COVID 19. Contaba cómo comenzó ese día, igual que muchos otros de vida laboral rutinaria, pero terminó en una manera diferente. Durante las pasadas cinco semanas, tiempo donde la mayor parte de la población había estado en cuarentena como medida preventiva para evitar la propagación de la enfermedad, mi rutina de trabajo no había cambiado. En mi caso particular, el trabajo era uno de los que clasificaron exentos del toque de queda. Esto significó que, a diferencia de otros, mi vida había continuado con relativa normalidad.
Pero llegó el mencionado día. Había comenzado con risas, alegría y algarabía junto a mis compañeros de trabajo en la oficina; terminó un día de preocupaciones, incertidumbres y aislamiento. El cambio de paradigma en mi vida cotidiana representaba vivir con algo desconocido. Ahora, al estar en casa, aunque laborando, comencé a tener tiempo para recibir los estímulos de las noticias y comentaristas de la radio e internet a todas horas del día. La avalancha informativa sobre el acceso a alimentos, las filas interminables en los bancos y supermercados, la escasez de productos higiénicos y alimentos básicos, creados por personas temerosas que estaban comprando todo lo que había en las góndolas de los supermercados, comenzó a preocuparme.
Como parte de una familia numerosa, mi preocupación era no poder conseguir los alimentos que necesitaba para suplir a mi familia. De igual forma, los riesgos asociados a las salidas por exposición a portadores del virus o tocar áreas contaminadas contribuían a la carga emocional que había estado afectando a todo nuestro país, pero que ahora podía percibir. El temor a contraer una enfermedad que no tiene cura y luego contaminar a tus seres queridos pasó a ser una idea constante en mi mente.
Para todos, la situación que enfrentamos en el mundo representa la misma lucha por la vida que vivieron los discípulos de Jesús con la tempestad del relato bíblico. El temor al COVID 19 representa para nosotros un reto adicional a un año que comenzó con el peligro y la incertidumbre ocasionados por los terremotos en la isla.
Pero, ante el temor que se vive en la isla, nuestro Señor Jesucristo vuele a preguntar a sus discípulos: “Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”
Al igual que en aquel momento, Jesús nos pregunta por qué tenemos temor y si tenemos fe.
Las respuestas sinceras de nuestra parte a esas preguntas nos confrontan con la realidad de nuestra relación con Dios. Cuando uno vive en dependencia de Dios, tiene la certeza de que todo obrara bien para los que le siguen. La certeza de que Él tiene el control de nuestra vida permite que podamos vivir en paz, a pesar de que la tempestad nos pueda tocar. La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, es la que nos lleva a poder estar quietos y esperar a que pasen los vientos contrarios.
Es por eso que, te invitamos a abrazar la fe y disfrutar de la paz que solo alcanzamos cuando sabemos que nuestras vidas las hemos puesto en las manos de Dios. En enero, lo vientos contrarios se llamaban terremotos, en marzo, abril y meses venideros, el COVID 19. Qué otros vientos tempestuosos nos toquen vivir, no los sabremos. Lo que sí sabemos es que agarrados de Dios… las tempestades se pasan en paz.
Gamar Andino González