“Pónganse como calzado la paz que proviene de la Buena Noticia a fin de estar completamente preparados” (Efesios 6:15 NTV)
Como parte de la armadura que Dios nos instruye a ponernos, está el calzado. La imagen posiblemente apunta hacia las botas que llevaba el soldado romano y que hacía posible que marchara con firmeza. Por lo tanto, ese calzado tenía que ser de buena calidad. Tenía que resistir las pruebas del camino y garantizar la salud de sus pies.
Desde luego, el apóstol nos habla de la salud espiritual. Nos invita a calzar los zapatos de la Buena Nueva. Ese calzado debe ser cómodo y apto para recorrer cualquier distancia para llevar y vivir las Buenas Noticias del Evangelio. Claro está, para llevar las Buenas Noticias debemos conocerlas. Es un requisito ineludible, aun en los momentos difíciles que llegan a nuestra vida.
Mi madre y mis hermanos, nos formamos en una la iglesia evangélica, en Ponce. Una noche, cuando yo tenía 16 años, mis dos hermanos menores fueron solos al estudio bíblico que se daba en el templo. Ya eran más de las diez y no regresaban. Mi mamá empezó a preocuparse. Llegaron casi a las once de la noche, después de caminar 5 kilómetros, solos y cansados. Tenían 12 y 14 años.
Cuando mi madre les preguntó, qué había pasado, el mayor le contó que los habían expulsado de la iglesia. Mi hermano había leído la Biblia varias veces y le gustaba hacer preguntas al pastor. Esa noche el pastor se molestó por sus preguntas. Así que, los sacó del templo y les dijo que no los quería más allí. Lo primero que perdieron fue la transportación de regreso a la casa. Nunca más regresamos a la iglesia donde yo me había criado. Ese incidente tuvo unas repercusiones enormes en mi familia materna, hasta el día de hoy.
Solamente hay dos opciones en situaciones como estas: o sigues firme con los zapatos de la buena noticia que produce paz, bien puestos, o te vas al pozo profundo del cual es difícil salir. Como familia, optamos por la alternativa correcta.
Yo me fui a la Universidad de PR en Río Piedras, a los 17 años. Allí encontré el grupo cristiano de La Confraternidad Universitaria de Avivamiento. Me abrieron las puertas y me aceptaron, aun con mis dudas y recelos. Me enseñaron con el ejemplo, a amar a Dios sobre toda circunstancia. Allí conocí a quien ha sido mi esposo por 46 años. Lo demás es historia. Decidí que nada ni nadie me apartaría de mi Dios. Con altas y bajas me he mantenido firme. En 1 Pedro 5:8-10 dice que no estamos solos en este sufrimiento. Mis hermanos y hermanas de todo el mundo también lo están. Añade en el verso 10 que “el Dios de toda gracia nos restaurará, nos sostendrá, nos fortalecerá y nos afirmará en Jesucristo”.
Dios no me debe nada a mí. Yo le debo todo a Él. Nuestro Señor ha sido fiel, justo, amoroso y consolador. Me ha bendecido de muchas maneras. Vivo agradecida por la oportunidad que me dio en la universidad de volver a Él, gracias al amor de hermanos de diferentes iglesias y pueblos de la isla, a los cuales no conocía.
Jesús, su Hijo, murió por mí y por ti en la cruz. Al creer en Él, llevamos el hermoso calzado que trae su mensaje de paz, impregnado con su inexplicable amor por el mundo. Ese mundo necesita hoy, a cristianos que marchemos firmes y con nuestros zapatos bien puestos.
Celina Laboy