“Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre” Salmo 23: 3.
Cuando mis hermanas y yo éramos pequeñas, nuestra madre nos reunía en la sala de la casa, luego de terminadas las tareas del hogar. Nos hacía aprendernos y recitar de memoria el Padre Nuestro y uno que otro Salmo, entre ellos, el Salmo 23. Para entonces, mi memoria estaba como una campana y lograba recitarlos como una carretilla, en cuestión de segundos. Aquella disciplina y costumbre de nuestra madre, se volvió como un juego mediante el cual yo competía con mis hermanas. Siempre resultaba la ganadora. Para entonces, nunca me detuve a analizar o a tratar de entender el contenido y mensaje de este Salmo 23. Era solo una niña y lo que realmente me atraía era el sentido de competencia y el poder demostrarles a mis hermanas que mi memoria era mejor que la de ellas.
Pasaron los años y una vez llegué a la adultez, sentía la necesidad de conocer más de Dios y de su Palabra. Una vez me presentaron el Plan de Salvación, decidí aceptar a Jesús como mi único y suficiente Salvador. Entonces, la lectura del Salmo 23 cobró una nueva dimensión en mi vida. Recurría a él cada vez que sentía temor, angustia o soledad. Sentía un agradecimiento profundo hacia Dios por sus cuidados, su amor y misericordia para conmigo. Me sentía perdonada, amada y protegida. Descubrí que podía descansar en Él, porque Dios sería mi Pastor, quien me infundiría aliento en los momentos difíciles de mi vida.
Al analizar con detenimiento el Salmo 23, me llamó la atención el versículo 3, donde el rey David, a quien se le adjudicó el salmo, expresó: “Me guiará por senderos de justicia por amor de su nombre”. ¿Qué querría decir David con esa expresión? Antes de exponer lo que yo entiendo que David quiso decir, veamos primero el significado del término justicia.
El concepto justicia se ha definido como ese conjunto de valores sobre los cuales debe sostenerse nuestra vida en comunidad. Es dar a cada cual lo que se merece o corresponde. La justicia, aplicada con equidad, mantiene el orden social y esto se logra mediante el cumplimiento de las normas y estatutos establecidos con tal fin. La violación de estas leyes trae consecuencias, tales como la imposición de multas, la privación de privilegios, la pérdida de la libertad y hasta la pena de muerte o pérdida de la vida.
Se supone, como declara un dicho muy conocido, que el que la hace, la paga. Pero todos sabemos que esto, no siempre se cumple, lo que da lugar a un cada vez más alto índice de corrupción e impunidad. A diario vemos cómo se comete injusticia, violaciones éticas y morales, no solo en el gobierno sino también en el mismo núcleo familiar. El abuso de poder y el uso de la doble vara existe ahora más que nunca. Esto trae como consecuencia la pérdida de la confianza en las instituciones de poder.
¡Qué gran diferencia hay en la justicia de Dios, siempre fiel a su Palabra! No hay trastoque en su verdad. Él no es hombre para que mienta ni Hijo de hombre para que se arrepienta. Él nos trata a todos por igual y como dice su Palabra, su sol sale para todos; buenos y malos. Sin embargo, desobedecer a Dios trae separación y muerte (Romanos 6:23).
Igual que el delito es transgredir las leyes terrenales, el pecado es desobedecer e incumplir las leyes y mandamientos divinos. Ambos traen consecuencias que conllevan castigo. La pena terrenal la cumple única y exclusivamente el que transgrede la ley. Pero Dios, en su infinita misericordia, mostró su amor para con nosotros transfiriendo el castigo merecido por nuestro pecado, a su Hijo Jesús. En consecuencia, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Romanos 5:1).
Me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. No debe interpretarse como que nunca seremos víctimas de la injusticia, sino que cuando pasemos por el valle de sombra de muerte y seamos injustamente injuriados, vituperados, atacados, no temeremos mal alguno, porque su vara y su cayado nos infundirán aliento por amor de sí mismo. Y desde luego, de la misma manera que esperamos que se nos haga justicia, Dios espera y reclama de nosotros ser justos para con los demás; porque Él es justo.
El sufrimiento y la muerte de Jesús en la cruz es la manifestación más contundente del amor de Dios por la humanidad. Dios nos llevará por sendas de justicia mientras mantengamos comunión con Él y obedezcamos su Palabra.
El veredicto del Juez Supremo para todos los que recibimos a Jesús como Salvador es: salvo, inocente y esto solo por la gracia inmerecida de su amor y misericordia. ¡A Él sea la gloria!
Gladys García Carrasquillo