“Sobre todo tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación…” (Efesios 6:16-17)
Según la Biblia, nuestra vida será atacada por el enemigo de nuestras almas con la intención de quitarnos la vida eterna que nos fue regalada por el sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario. En el libro de Efesios, su escritor Pablo nos exhorta a ponernos toda la armadura de Dios para, habiendo pasado el momento malo, estemos firmes.
Como muchos saben, soy nacida y criada en la iglesia de padres y familiares cristianos. Sin embargo, a la edad de 15 años, pase por una gran crisis de salud que puso a prueba la fe que tenía en Dios.
En enero de 2014, comencé a presentar lo que parecía un catarro común, pero, con el paso de las semanas y luego de varias visitas médicas y medicamentos, no mejoraba. Ante la situación, fui llevada al hospital para que me hicieran exámenes más profundos a los que ya me habían realizado y encontraron que tenía pulmonía. Debido a esto, fui hospitalizada para someterme al tratamiento de antibióticos recomendado para la condición. Sin embargo, durante el tratamiento, uno de mis pulmones colapsó, lo que puso en riesgo mi vida. Debido a la emergencia, tuve que ser trasladada al Hospital Pediátrico del Centro Médico, sin saber que a mi corta edad conocería de primera mano lo que era el dolor, pero también la mano poderosa de Dios en mi vida.
Historia larga – corta, estuve seis semanas hospitalizada, de esto, un mes completo en intensivo, con varios tubos de pecho recibiendo cuatro antibióticos a la vez para tratar de que el pulmón sellara por sí solo; pero no funcionó. Fueron momentos de mucha incertidumbre y mucho dolor, pero puse mi fe en Dios junto a mi familia y mi amada iglesia que oraba continuamente por mí. Luego de un mes de espera, los médicos decidieron operar mi pulmón derecho y luego de una semana convaleciendo a dicha operación, fui dada de alta para la gloria de Dios.
En este proceso pude ver la importancia de mi fe en Dios. El escudo de la fe y conciencia que tenía de la salvación de mi vida por el sacrificio de Jesús en la cruz, me dieron la fortaleza y la paz que necesité para enfrentar el dolor y el largo período de tiempo que transcurría sin mejoría. Fue gracias a esa fe que pude ver a Dios obrando en mí. De igual forma, pude ver el cuidado y el abrazo de Dios cuando hermanas de la iglesia, algunas que solo había conocido a lo lejos, tomaron de su tiempo valioso para quedarse conmigo. Esto, para que mis padres pudieran atender otros asuntos familiares y hasta descansar. La fe en nuestro Dios y la esperanza en su salvación me permitieron pasar la crisis en paz, aunque con mucho quebranto físico. A mi corta edad, pude experimentar el versículo bíblico en mi vida que dice: “En el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo.”
Hoy vivo agradecida de la salvación que Dios me dio. Fue la base para que yo mantuviera la paz mientras esperaba por mi sanidad. Esa misma fe, la cual está basada en la salvación que Dios me dio, es la que me servirá para enfrentar las próximas experiencias de la vida y sé que, de la misma forma que lo hizo cuando estaba delicada de salud, Él me salvará otra vez.
Andrea Andino Rivera