A través de los años me he fijado que uno puede diferenciar relativamente fácil entre un funeral de una persona no conversa y alguien que aceptó al Señor. En el de la persona no conversa se puede notar la angustia y a veces la desesperanza que hay de los que quedan atrás al no tener idea si lo vuelven a ver. Muchas veces, estas son escenas desgarradoras ya que no tienen la seguridad de que van a volver a ver a la persona querida.
Sin embargo, cuando uno va a un funeral cristiano, aunque se puede ver la tristeza en los rostros, también se respira una tranquilidad y una paz que como dice Filipenses 4:7 “Así Dios les dará Su paz, que es más grande de lo que el hombre puede entender y esa paz cuidará sus corazones sus pensamientos por medio de Cristo Jesús”. Aunque hay llantos de dolor estos son cambiados en “baile”, al saber que la persona que murió está en los brazos del Señor y que volveremos a vernos. Muchas veces se puede disfrutar del gozo que nos da Dios en pleno funeral. En gran parte eso se debe a la fe del cristiano.
Frecuentemente, al enfrentar situaciones difíciles, miro atrás y recuerdo experiencias similares. Veo cómo el Señor me sacó de esa situación, y eso me ayuda a tener Fe de que Dios está en control. Puedo enfrentar la nueva situación con aplomo, confiando en el Señor. Es esa Fe la pieza de la armadura de Dios que más nos defiende ante los ataques del maligno.
En el momento en que aceptamos a Jesús como nuestro Salvador somos salvos. Pero también comenzamos el proceso de crecimiento y santificación en el cual dejamos que esa salvación tome control de nuestra mente. Es aquí donde se lleva a cabo la mayor parte de la batalla espiritual. En la medida en que, como nos dice Romanos 12: 2, “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”; hacemos nuestro este mandato. Podemos proteger nuestra mente con el casco de la salvación.
Así que, con gozo y esperanza en el Señor, defendámonos de los ataques del enemigo protegiendo nuestra cabeza con el casco de la salvación, regalo de Dios y el escudo de la fe.
Roberto N Hernández