“Jesús les respondió: —Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca volverá a tener hambre; el que cree en mí no tendrá sed jamás” (Juan 6:35).
El día antes de Jesús decir eso, una multitud lo siguió hasta una colina cerca de la costa de Tiberias. Fue un largo día y se hacía tarde. El hambre comenzaba a asomarse y Jesús les pidió a sus discípulos que les dieran de comer a todos. Los discípulos, al no tener la capacidad de poder alimentar a la multitud, crearon el espacio perfecto para que Jesús hiciera el milagro de los panes y los peces. Inmediatamente las personas al ver que sus necesidades eran suplidas a través de Jesús, quisieron ponerlo como Rey, no por quien era, sino por el pan que podía proveer. Por eso, al otro día cuando la multitud logró conseguir a Jesús y sus discípulos, comenzaron una cadena de diálogos en donde las intenciones de buscar a Jesús de parte de la multitud fueron expuestas. Pues buscaban a Jesús por el milagro de los panes y los peces y no por el significado del milagro. El cual era que Jesús es el Pan de Vida.
La multitud quería satisfacer sus necesidades físicas, donde no había algo incorrecto. La situación consistía en que querían convertir a Jesús en una especie de máquina cósmica de deseos, en donde se le pedía y Él proveía, en lugar de encontrar en Jesús el alimento que su alma necesitaba. Estaban tan cegados por la cotidianidad de la vida que no podían ver que tenían al Mesías tan esperado delante de ellos. Jesús responde que no se preocupen por esa comida que se pierde, y se enfoquen en la vida eterna que Él les puede dar.
Las palabras de Jesús buscan que despertemos de esa cotidianidad en la que estamos inmersos. Pues perdemos de vista que la vida que vivimos es temporal y la razón de la vida se encuentra en Jesús. El hambre y sed que sentimos a diario que saciamos conscientes o inconscientemente con otras fuentes, no nos dejan ver que Jesús sacia. Él es el Pan de Vida que sacia nuestra hambre y sed existencial, nuestra hambre y sed de justicia, de amor, de propósito y fe. Pero al igual que la multitud, cambiar las fuentes de donde nos alimentamos a Jesús no se nos hace fácil. Por eso, algunos toman la decisión de no dejar sus perspectivas, ideas y hábitos sobre la vida por Jesús. Otros, como los discípulos, deciden dejarse transformar y cambiar por Jesús. Seamos como los discípulos, reconozcamos que necesitamos del Pan de Vida, y digamos como Pedro: “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes las palabras que dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Juan 6:68-69).
Norberto Latorre Arzola