“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
La luz del mundo se recibe, se detecta, se descubre, cuando conocemos al Señor y nos entregamos a Él. Solo y nada más cuando esto sucede comenzamos a ver, sentir, experimentar cambios en nuestra vida. Es cuando realmente nuestros ojos se abren. Las situaciones, por más difíciles que parezcan, contando con la oración y sabiendo que nuestro Señor, nos cubre, nos da tranquilidad y nos ayuda a ser más pacientes, más analíticos, más tolerantes y pasivos en cierta forma. Sabemos que todo tiene solución y está en las manos del Señor. Él nos envía mensajes, nos habla en sueños, por medio de otras personas, en la oración, en nuestro corazón y en nuestra visión de la vida. La paz y el amor nos dirige y nos lleva a ser buenos ejemplos para nuestra familia, hermanos, iglesia, comunidad… Conocer a Dios nos cambia y nuestra vida se llena de una forma especial y única.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Salmo 23:4).
Es cuando clamamos y comenzamos a conocer que, sin nuestro Señor, nada es posible y que antes de conocerlo vivíamos en oscuridad, aunque viéramos el sol. Conocemos lo profundo de estas palabras pues sabemos cómo vivíamos cuando no reconocíamos que teníamos a un Gran Yo Soy, en nuestras vidas. Pero la vida cambió cuando reconocimos que existe un Gran y Único Señor Dios, que todo lo puede, que todo lo ve, que es quien nos guía y quien abrió el entendimiento para que vivamos como Él nos ha enseñado con su ejemplo. Sin importar cuantas situaciones pasemos, debemos siempre clamar a nuestro Señor, para que nos guíe, dirija y sabiendo que toda situación Él la atenderá. Porque debemos poner nuestras cargas en Él.
“Clama a mí y te responderé, y te daré a conocer cosas grandes y ocultas que tú no sabes” (Jeremías 33:3).
Porque antes de conocerlo, pensaba que yo tenía el control de mi vida y decidía lo que iba a hacer. Ahora entiendo por qué muchas cosas salían mal, eran sin sentido y me llevaban al borde del abismo. Muchas cosas que decidía por solo quererlas me decepcionan ahora, pero descubrí que estaba en una búsqueda de lo que tenía tan cerca y no lo veía porque estaba ciega. Era ese egocentrismo, esa mentira de lo que creía era la verdad, que por ignorancia y no escuchar ni ver, la veía como real. No voy a decir que por seguir a otros ni escuchar a otros pues tenemos que aceptar nuestros errores. Pero llegó el gran día de escuchar y ver tanto amor, tanta sabiduría, tantos mensajes perdidos.
Por eso me gozo de las parejas jóvenes que están en los buenos caminos. Que educan a sus hijos con la Palabra, el ejemplo y la verdadera dirección.
No hay que vivir en oscuridad. Hay que llevar la Palabra y la educación a todos y todas para que reconozcan que existe el Gran YO SOY y ese maravilloso SEÑOR, es la luz del mundo. Sin Él, no hay luz verdadera. Sin Él, no hay plan que se cumpla. Sin Él, no hay felicidad absoluta. Sin esa luz hermosa, brillante que Dios nos da, no hay claridad en nada.
“La sabiduría es lo primero. ¡Adquiere sabiduría! Por sobre todas las cosas, adquiere discernimiento” (Proverbios 4:7 RV1970).
El discernimiento te ayudará junto al conocimiento de la Palabra para que las decisiones en tu vida sean las más acertadas posibles.
El Señor dice: “Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti” (Salmo 32:8 RV1960)
Es por medio de la Palabra, del estudio y el corazón, que seguiremos la dirección del Señor. Si el corazón “redarguye”, hace pensar, analizar y buscar que algo no está bien, entonces se buscan las soluciones por medio de la fe, el amor a Dios y el conocimiento de la Palabra; eso que no es correcto porque se siente en el corazón, la mente, el cuerpo. ¡Dios te bendiga, más!
Mayra Maldonado Brignoni