Instruye a la iglesia con amor

Porque la palabra de Dios y la oración lo santifican.  Si enseñas estas cosas a los hermanos, serás un buen servidor de Cristo Jesús, nutrido con las verdades de la fe y de la buena enseñanza que paso a paso has seguido” (1 Timoteo 4: 5-6).

Algunos académicos, teólogos y estudiosos de la Palabra siempre han destacado que para el tiempo en el que Pablo escribió estas cartas a Timoteo, ya era avanzado en edad. Por otro lado, se entendía que Timoteo estaba aún comenzando su etapa de adulto. Pablo había instruido a Timoteo en las escrituras.  Había identificado en él, características de un buen líder por lo que lo encomendó a la iglesia de Éfeso para que identificara las malas o equívocas doctrinas.  También para que instruyera a la iglesia con amor; dirigiéndolos a las doctrinas correctas.

En los versículos anteriores Pablo le expone a Timoteo que debe evitar algunas de las doctrinas erróneas.  Una, sobre el matrimonio y la otra, sobre la alimentación, con la justificación que (versículo 5, RV 1960) “porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado”. Su justificación nos puede llevar al momento de la creación en Génesis. Cuando Dios creó, al terminar, Él reconoció que todo era bueno. Es decir, lo que proviene de Dios, Él lo hizo y por sí mismo reconoció que tenía una cualidad imprescindible: bueno.

Yo me pregunto, ¿estamos aplicando este principio a nuestras vidas? Cuando en un argumento nos dirigimos a nuestros hermanos y hermanas en la fe, ¿reconocemos que son creación de Dios y que son hechos santos y buenos por la Palabra de Dios? ¿Nos dirigimos hacia ellos con amor y los presentamos en oración para que a través de Dios y su Palabra puedan ser hechos santos? ¿Hacemos lo mismo por nuestros prójimos que no comparten nuestra fe? ¿Hacemos lo mismo por nuestros padres y madres; por nuestros hijos e hijas; por nuestros esposos o esposas; por nuestros vecinos o compañeros de trabajo, de la escuela, o la universidad?

 

Cuando nos vemos reflejados en un espejo, ¿pensamos en que somos hechura de Dios y que Él mismo nos ha descrito como buenos? Cuando oramos, ¿nos presentamos ante Dios para que seamos redargüidos y renovados por su Palabra con la intención de alcanzar la santidad? ¿Nos instruimos y nos corregimos a nosotros mismos con amor, tal y como Pablo pidió a Timoteo que hiciera en Éfeso?

 

En el versículo 4, justo anterior a los nuestros en esta reflexión, Pablo una vez más confirma lo que Dios sintió en la creación: “Porque todo lo que Dios creó es bueno”. En el versículo 6, “Si esto enseñas a los hermanos, serás buen ministro de Jesucristo, nutrido con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”.  Separemos de nuestro tiempo y hagamos un mayor esfuerzo para nutrirnos realmente de la Palabra. Busquemos la enseñanza de Dios y oremos mientras caminamos hacia la santidad. Modelemos una conducta bragada en la instrucción y el modelo de Dios que recibimos de aquellos mentores que vieron el potencial que Dios ya había visto primero. Que se pueda reconocer que vemos en otros esa cualidad que Dios cinceló en nosotros mismos desde el momento en que nos creó, que somos buenos.

 

Daniel Montes