“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Aquellos que por preferencia o necesidad formamos parte de la Disney manía, hemos visto muchas historias de amor que nos hacen suspirar, llorar, cantar y hasta olvidarnos por un momento de los problemas en nuestro alrededor. Historias de un amor “perfecto” con un final “y vivieron felices para siempre”. Definitivamente, historias de amor muy bonitas, pero totalmente irreales. Sin embargo, esta próxima historia de amor, no comienza ni se enfoca en el centro o el final, sino desde el principio. Un amor que nos lleva a reflexionar sobre el amor más fiel y puro, que ha estado presente desde la creación, durante la caída y redención de la humanidad. Nos mueve por un proceso continuo de liberación, restauración, y transformación. Les invito a montarse en un carroza para hacer este viaje histórico y palpar brevemente cómo se desarrolla el plan amoroso de Dios para la humanidad. Un plan que comenzó desde el principio, que nos presenta su promesa de amor y su amor por nosotros, pero también nuestro llamado a una transformación amorosa.
Dios comenzó su plan de amor para nosotros con el acto de la creación. Dios separó la tierra del mar, creó el Sol, la luna y las estrellas, y todas las criaturas de la tierra, pero la cúspide de su creación fue la humanidad. Él nos creó a su propia imagen y nos hizo para amar y ser amados (Génesis 1:26-30). Y aunque los primeros humanos dudaron de la verdad del amor de Dios por ellos y se rebelaron cayendo en pecado, Dios tuvo misericordia de ellos. Dios le prometió a Abraham su bendición. Que en él serían benditas todas las familias de la tierra. Dios habló de aquel, nacido de una virgen. Que liberaría a los cautivos, cargaría con nuestras transgresiones, sufriría en nuestro lugar, redimiría al pueblo de Dios y marcaría el comienzo de una paz como nunca se conoció. “Porque mi pacto de paz no será quitado” (Isaías 54:10). Y aunque el plan de Dios tomó tiempo, él caminó en amor y misericordia con su pueblo. Generación tras generación, Dios ha permanecido y continúa fiel a su pueblo, aun cuando dudamos y nos alejamos de él, porque su amor y misericordia es grande.
Reflexionar sobre el plan amoroso de Dios por su pueblo nos ayuda a comprender el significado de esa primera aparición: la venida de un Salvador. Este evento está conectado con la gran historia de amor y redención de Dios. El amor, encarnado en la forma de un pequeño bebé, que llegó a cumplir una promesa que Dios hizo siglos antes. Y fue así porque “tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Este es el amor de Adviento. No que nosotros amamos a Dios, sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como sacrificio purificador y reparador para quitar nuestros pecados (1 Juan 4:10).
En este breve recorrido histórico podemos ver el amor de Dios y su promesa de redención cumplida. Reconocemos que se ha iniciado una nueva era de la restauración de Dios. Pero, ¿qué estamos llamados a hacer ahora mientras esperamos? La respuesta es simple. Debemos AMAR como Cristo y ser de bendición para otros. El amor expresado en la acción de Dios para la humanidad fue, es y continuará siendo el mejor regalo. Este amor perdurable de Dios viene en Jesús todos los días creando en nosotros una transformación amorosa. Hoy Padre, te damos gracias porque podemos ver que tu misión tiene que ver con el amor. Nos amas tanto, que pusiste tu amor en acción al crearnos, perdonarnos y darnos el regalo más precioso del universo, tu Hijo Jesucristo. En este tiempo de Adviento, y siempre, ayúdanos a prepararnos espiritual y físicamente para recibir esta visita de amor, en la seguridad y plenitud del amor de Cristo. Ayúdanos a poder amar a los demás con acción.
Suhail Gómez