En el día que temo, yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; en Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre? – (Salmos 56:4)
A lo largo de nuestras vidas como matrimonio, nos hemos visto obligados a detenernos frente a situaciones que nos han impartido temor. Intersecciones de la vida que nos han hecho reevaluar si contamos con los recursos para enfrentar el camino que nos espera. Una de las más significativas que hemos enfrentado, puso “en juego” la vida. En esa ocasión estábamos frente al gigante llamado enfermedad, que a su vez amenazaba la posibilidad de cumplir con nuestras obligaciones diarias, ocuparnos de los nuestros. Con gran posibilidad, afectar nuestra estabilidad económica. Sin esperarlo y de la nada, estábamos frente a un gran gigante llamado CÁNCER, que como un súbito apagón, hizo que nuestras mentes y brazos momentáneamente se fueran en “shutdown”.
Humanamente sientes que todo se te va de las manos, que has caído por un irremediable precipicio. Pero qué maravilla, cuando como el rey David, podemos echar mano de la Palabra de Dios y clamar: “En Dios alabaré su Palabra; en Dios he confiado; no temeré”.
Alcanzar su Palabra, las promesas contenidas en ella, fue como colocarnos unos espejuelos que nos permitían ver y sentir el abrazo del Dios. No aparece solo cuando hay crisis, sino que “acampa alrededor de los que le temen”. Promete acompañarnos y protegernos en medio de aquello que puede hacer que se “turbe vuestro corazón y tengamos miedo”. Con ese abrazo, poco a poco se manifiesta la confianza. Llega un nuevo brío, una nueva fuerza, una luminaria en medio del apagón, que nos permite vivir y aprovechar su voluntad para nuestras vidas, exclamando como el salmista... “Si en Dios he confiado, no temeré…”
Oración:
Oh, Padre, gracias por tu Palabra, por tu voluntad, por tu hermosa y fiel compañía y por permitirnos adorarte en medio de las tormentas de la vida. Te amamos Señor. Amén
Rubén Márquez