Mi nombre es Angie Marrero. Me crié en la iglesia tradicional. Sin embargo, para los años 80, me topé con un programa televisivo llamado “Encuentro”, dirigido por el pastor Torres Ortega. Ese día, él hablaba del Dios que hace milagros, y que hoy día Él continuaba haciendo milagros. Esa palabra me impactó tanto que quise seguir escuchando diariamente el programa. En ocasiones, a la hora del almuerzo, llegaba hasta la casa de mi mamá para escucharlo. En una ocasión estaban solicitando una ofrenda y mi corazón fue conmovido a tal punto que quise llevarla personalmente. Tres veces lo intenté, hasta que finalmente llegué al templo que se ubicaba en la calle Comerío. Cuando entré, había un grupo de hermanos reunidos y un varón se acercó a mí. Muy amablemente, comenzó a hablarme del plan de salvación. Todo esto era totalmente nuevo para mí. Más tarde, un grupo de mujeres se acercaron y luego de conversar conmigo me preguntaron si quería aceptar al Señor Jesús como mi Salvador personal, a lo cual accedí. Mi vida se divide en el antes y el después de conocer al Señor. Reconozco que desde ese día todo fue totalmente diferente.
Al pasar el tiempo, mi esposo sufre una operación de corazón. Su mamá, al cabo de unos días sufre un ataque al corazón a causa del estrés que le provocó la operación de su hijo. Recuerdo que ese día mi mamá me pidió que la acompañara a una salida y le pedí a mi hija que se quedara con ella, mientras tanto. Al cabo de un rato mi hija me llamó diciéndome que mi suegra se había puesto mala, a lo que de inmediato acudimos a ayudar. Entre mi mamá, mi hija y yo comenzamos a abanicarla, llamamos a la ambulancia, pero seguía poniéndose mal, hasta que finalmente llegó la ambulancia y me fui con ella. Mi esposo y mi suegro venían de camino. Luego de un tiempo mi suegra fallece. Este evento me conmocionó demasiado. Me rodearon pensamientos de culpabilidad. Pensaba que, por mi culpa, por no haber hecho lo suficiente, ella había fallecido. No importaba lo que me dijera mi esposo, esos pensamientos no me permitían dormir y me la pasaba llorando. Hasta que un día fui a la casa de mi suegra y entré a su cuarto. Con lágrimas le rogué a Dios que me hablara y me dijera que me amaba. En ese momento recordé el versículo que les menciono al principio en Romanos 8:28. Yo necesitaba que Dios me dijera que me amaba.
Con el tiempo, me traslado a la ICDC Metropolitana y en un culto estaba de invitado el Rvdo. Ángel Marcial. Luego de la predicación el reverendo Marcial le dice al pastor Benito Sánchez que él quería orar por mí. Mientras oraba Dios fue hablando a mi corazón y entre las cosas que me dijo fue: “YO TE AMO”. “Señor, yo no te estaba buscando, Tú me buscaste a mí”. Comprendí que aquella predicación de hace muchos años que hablaba del Dios que hace milagros, se hizo real en mí, ya que recibí el milagro de saber que Dios me ama, que los milagros no son cosas del pasado, sino que Dios hace milagros hoy día. Mi mente estaba atada con pensamientos de culpabilidad que me acusaban día y noche. Dios se encontró conmigo, me dijo que me amaba, y yo fui libre de esos pensamientos.
“Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).