¡Hola! Mi nombre es Isaías Rubert Rodríguez. Vengo de una familia de 14 hermanos. El 3 de junio de 1978 mi hermano Juan Rubert me invitó a un culto de jóvenes en su iglesia. El Señor me extendió Su mano de misericordia y me salvó. Era un buen muchacho, pero vivía con un gran vacío en mi corazón. Mi historia cambió desde que conocí a Cristo. Ahora vivo una vida plena en mi Señor.
La labor que realizamos de entrega de cajas de alimentos, es otro culto más al Señor. Damos lo mejor de cada uno con nuestro espíritu de servicio y entrega al Señor. Compartimos y trabajamos juntos en equipo, con Él como nuestro Maestro. Esta acción ha sido una herramienta más para entrenarnos y prepararnos durante toda esta temporada de pandemia. Estamos encaminados para una obra de alcance hacia aquellos que aún viven sin conocer de la gracia, amor y salvación de nuestro Señor Jesucristo.
En estas últimas entregas de cajas de alimentos, también hemos llevado y movilizado a muchas personas que necesitan ayuda para vacunarse por condiciones de salud. Siempre he solicitado que, si hay posibilidad, me separen una porción para repartir a aquellos que no pueden hacer la fila. Algunos trabajan, otros, por sus condiciones de salud o porque no tienen automóvil o necesitan que se las llevemos. En esa lista, mi esposa Liz se acordó de dos compañeras de estudio que eran inseparables en sus primeros años escolares. Entonces, el miércoles, 7 de abril, luego de finalizar la labor en la iglesia, fuimos a repartir aquellas cajas que habíamos separado. Aunque es ardua la tarea, la hacemos con amor y pasión. Así que ese día nos quedaba una última cajita de alimentos por entregar y la llevamos a Luz Mayela. Mi amada se recordaba perfectamente de su residencia, pues ese es el lugar donde nació y vivió en sus primeros años de vida. Sorprendida por lo que hicimos, quedó impresionada. Dijo que jamás pensó que el Señor contestaría su oración de esta forma.
Una semana antes, Luz Mayela había estado pidiendo a Dios que enviara a alguien que le ayudase a llegar al Centro de Vacunación en Hato Rey. Luego de su asombro, aun rompiendo los protocolos por la pandemia, con voz quebrada dijo: -“¡Wow¡ qué grande es Dios. Hace una semana yo le pedí que me ayudara porque no tenía cómo hacer, pero que confiaría en que me traería a alguien justo a mi casa para poder vacunarme”-.
No solamente le llevamos la caja de alimentos, sino que también esa misma tarde le hicimos cita para vacunación y acordamos ir a buscarla para llevarla y regresarla a su hogar. Llegó el lunes, 12 de abril y fuimos a llevarla. Ya de camino a Hato Rey, no pararon de conversar y compartir ese especial momento. Ya de regreso, otra vez acotó: - “definitivamente, ustedes no vinieron solo a traerme esta bendición de esta cajita de alimentos, ustedes vinieron porque yo necesitaba vacunarme y Dios los trajo porque contestó mi ruego. Dios los puso porque necesitábamos vernos y conversar”-.
Definitivamente nuestro Señor rompe con todos los protocolos, patrones y esquemas, y otra vez nos sorprende. Nos deja ver que somos su pertenencia y Él dirige nuestros pasos. Tal como dice Su Palabra, Él es el Dios de nuestra Salvación, quien actúa con amor inmensurable y fidelidad eterna. Él espera que hoy tu encuentres el camino que te lleva a Sus brazos, el camino de la Salvación.
“Señor Tú me muestras el camino, me guías por la senda que debo seguir, y me encaminas en tu verdad, y me indicas el camino porque Tú eres el Dios que me das salvación. En nadie sino en ti tengo esperanza todo el día. mi Salvador”. ¡En ti confío a todas horas ¡y me guías por tu camino y me instruyes en la justicia! (Salmo 25:4-5 y verso 9). El Señor dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de su vida (Salmo 37:23a).