Mi nombre es Kellian Torres, pero la mayoría de las personas prefieren llamarme Kelly porque es más fácil. Soy nacida y criada en la iglesia y aunque me crié en ella no conocí a Dios hasta mis 17 años. Fue en un maratón de 24 horas en el templo en la iglesia pertenecía que decidí preguntarle a Dios por qué me habían hecho daño en mi infancia. Recuerdo que mi familia no tenía paciencia conmigo. Mientras vivía en Peñuelas, teníamos una casa grande. Mi madre era gerente en una cooperativa y mi padre, contable (trabajaba por su cuenta). Las personas pensaban que, por ser hija de un contable creían que tenía una buena vida porque mi papá tenía dinero y “estábamos cómodos”. No sabían los ratos que pasaba dentro de la casa teniendo un padre ausente que por más que me dijera “TE AMO”.
Recuerdo que mi abuela a veces tenía que cuidar 6 nietos a la vez. Un día, sin querer, le rompí la pantalla del televisor. Me corrigió con palabras demasiado fuertes que no esperaba de parte de ella. Le di la queja a mi mamá y ella habló con mi papá pero a él le importaba más la televisión que la conversación. Fue un momento muy doloroso y difícil que me produjo muchas heridas.
Aquel día del maratón de 24 horas, por primera vez sentí la presencia de Dios. Mi cuerpo empezó a temblar y poco a poco me iba sintiendo mejor. Aprendí que Dios, no solo quiere entrar en la parte bonita de nuestros corazones, que le mostramos a muchos. Él quiere entrar en el área sensible de tu corazón. Quiere entrar en lo sucio y en lo impuro para transformarnos y sanarnos. Con el tiempo aprendí a perdonar a mi padre y amarlo porque a fin de cuentas sigue siento mi padre.
Pues yo te sostengo de tu mano derecha: yo, el Señor tu Dios. Y te digo: “No tengas miedo, aquí estoy para ayudarte." Isaías 41:13