Me llamo Osvaldo Amador, pero todos me llaman “El Cubano”. El Señor me conocía desde antes de yo tener un encuentro con Él. Eso lo dice la Biblia, pero yo lo viví en carne propia. Desde el momento en que decidí abandonar la isla de Cuba, viví sus cuidados y su protección. A orillas de la playa Jaimanitas, cerca de la pescadería, un grupo de compañeros nos tiramos al mar en una balsa de manufactura casera. Mientras otro grupo nos gritaba desde la orilla: ¡Qué se vayan! ¡Qué se vayan! deseándonos buena suerte y que llegáramos a salvo hacia nuestro destino. Luego de varios días en alta mar, un barco de guerra nos rescató y nos llevó a la base militar de Guantánamo.
El relato es bastante abarcador, quisiera tener la oportunidad de poder compartirlo. Pero lo que en realidad me ocupa es cómo conocí al Señor. Estando en Puerto Rico, fui a vivir a Puerto Nuevo. Un día, estaba en la casa y me fijé que la vecina del frente estaba trabajando en su jardín. Me le acerqué y le pregunté si la podía ayudar, a lo que ella respondió que sí. Luego de varios acercamientos a la vecina, esta me indicó que me respondería luego de que la acompañase a la iglesia, a lo que le respondí que la acompañaría. Así estuve visitando la ICDC Metropolitana, hasta que finalmente ella aceptó salir conmigo. Finalmente acepté al Señor y me bauticé. La dama a la que me refiero es mi esposa Dora. Hasta el sol de hoy sirvo en el Ministerio de Diaconía y en lo que me necesiten. Hoy reconozco, como les mencioné al principio, que ciertamente Jesús sabía quién era “el Cubano”. Viví la experiencia de ser cuidado, acompañado y guiado desde antes de conocerle. Pero no es hasta que tengo un encuentro con Él, que me doy cuenta de su plan de salvación para mi vida. Su amor me persiguió.