“Y sabemos que los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es a los que conforme a su propósitos son llamados (Romanos 8:28).
Mi nombre es Marta Alicea pero algunos de ustedes me conocen como Marta Ramos y me dedico a coser. Soy la octava de 10 hermanos. Crecí en un hogar no cristiano, pero con valores. Éramos y seguimos siendo bien unidos (aunque algunas peleítas de vez en cuando). Mi mamá llegó hasta tercer grado escolar, pero se encargó que nosotros tuviéramos una buena educación, que estudiáramos y fuéramos a la universidad. Mi padre murió cuando yo tenía como 8 años aproximadamente. Pero realmente él no fue un padre presente. Muy pocas veces sabíamos de él, pero le llevábamos comida. Vivimos en un residencial público y allí crecimos. Nuestra familia la describo normal. La verdad que no me quejo. Mi mamá hizo lo mejor que pudo con los recursos que tenía para que estuviéramos bien.
Pero como toda familia siempre hay situaciones difíciles. Mis hermanas mayores sufrieron maltrato físico y emocional de sus esposos y nosotros, lo más pequeños, presenciamos algunos de esos episodios. Eran bien fuertes. Esas situaciones me marcaron. Aunque mis hermanas no se quedaron en el maltrato, tuvo un impacto negativo en mí. Comencé a tener pensamientos liberales, a no creer en el matrimonio. Quería vivir a mi manera sin que nadie, ni siquiera un hombre me dijera qué hacer. Quería salir y divertirme. Estudiar y superarme para hacer lo que yo quisiera. Como joven, pasé por muchas desilusiones y me sentía vacía, sin motivación, insegura, con muchos temores.
Dios puso a Alfredo en mi camino y juntos fuimos a la iglesia. Alfredo ya era cristiano y yo, aunque había escuchado de Jesús, nunca había tomado una decisión por Cristo. Esa decisión llegó. Lo acepté como mi único Salvador. Desde ahí comenzó mi proceso de transformación.
Hoy por hoy creo en el matrimonio, tengo una familia bendecida, hermosa. Mi esposo me ama, me consiente, me mima y sobretodo, me respeta. Dios nos dio un hijo espectacular que cree en Cristo. Dios transformó mis pensamientos liberales, mis temores y mis inseguridades. Ahora me siento libre de miedos, complejos y del que dirán de mí. Ahora me veo como Dios me ve (su creación hermosa, la niña de sus ojos). Aunque no todo es color de rosa, confío en que Dios tiene el control y Él tiene la última palabra. Un versículo que utilizo mucho cuando las cosas no salen como quiero está en Romanos 8:28 (que menciono al comienzo de mi testimonio). Ese versículo me llena de paz en muchas situaciones difíciles e inesperadas.
Y no digo que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecta, sino que prosigo a la meta. Una cosa hago, olvido lo que queda atrás y miro hacia delante.