Nos encontramos en el umbral de un nuevo año que se aproxima. En el pasado quedan los recuerdos de momentos memorables y otros que ocurrieron que tal vez quisiéramos borrar de nuestra mente. Con ello, se acerca uno nuevo que contiene las mismas oportunidades de vida que las del pasado. Son 52 semanas que contienen 365 amaneceres con atardeceres conjugados en 8,760 horas de vida para disfrutar de 525,600 minutos de la misericordia de Dios que se traduce en 31,536,000 segundos que destacan su amor para todos nosotros. Al mirar matemáticamente estas cifras nos percatamos que son múltiples las maneras que podemos apreciar la vida que Dios nos da. Ahora bien: ¿Cómo la notamos? ¿De qué manera la expresamos en nuestra vida devocional y en nuestro trato hacia el otro?
El reto estriba en identificar como estamos reflexionando sobre las oportunidades que tenemos. Típicamente una de las razones que las personas tienen como obstáculo de su desarrollo personal (y por que no decir espiritual también), estriba en la manera que miramos o (como algunas personas describen), que vivimos en el pasado. Demás está decir que estamos en tiempos donde la información en los medios masivos domina mucho la manera en como nos proyectamos en la vida. Es un constante recuerdo de lo mal que están las cosas y que no hay manera de salir de estas cosas. Si a eso le sumamos la desesperanza que se entrelaza con el morbo de hacer “noticia” para vender, entonces hacemos que la gran y buena noticia del evangelio quede desplazada por los eventos y no por lo que Dios es en lo esencial en nuestra fe.
Por eso nos encontramos cada vez en la competencia de cuanto hacemos y no que hacemos. Cuantificar el evangelio es reducir su poder a estribillos de campañas políticas estériles para hacer competencia al adversario y hacer del evangelio una lucha de poderes egocéntricos que en nada aportan al proyecto del reino de Dios. Si afirmamos que el evangelio es calidad de vida que se extiende hacia aquel que ha sido señalado como una no persona en relación a donde nació, cuanto tiene, que estudió, cuál es su vivienda, entre otras cosas; no podemos hacer de un nuevo año algo tan trivial como que apunte a resoluciones que meramente me beneficien y dejen a un lado a los demás. El evangelio nos obliga a mirar para el lado y ponernos a un lado para darle a los demás respeto y valor. Sólo en la medida que decidamos responder en lo que es ser iglesia nos llevará a una quehacer sintonizado con la agenda de Dios.
Por eso, no quiero exhortarte a que mires el 2018 en calidad de olvidar lo que ocurrió como resorte para apuntar un mejor año. Eso haría frívolo que anunciemos año tras año momentos de crecimiento. La madurez se hace en la medida que podemos mirar el pasado como tiempo de aprendizaje para sembrar en terrenos fértiles y abonar los estérilescon esperanza. El llamado es a recordar con proyección a una misión indelegable. Lo que entonces es necesario es hacer nuevas memorias que apunten a celebraciones que afirmen la vida y la esperanza. Cuando Jesús dijo desde la mesa: “Hagan esto en memoria de mí” es recalcando que nuestra servicio se orienta a forjar espacios que forjen nuevas historias en la vida de quienes están a nuestro alrededor. Las nuevas generaciones deben verse inmersos en la trama de lo que Dios puede hacer con sus historias personales en la medida que se construyen nuevas memorias. La iglesia tiene el deber de amplificar como lupa esos detalles.
Esas historias no se reducen al año, más bien se renuevan a diario. Por ello, te invito a que celebremos cada momento que vivimos en el 2018 y nos proyectemos a un 2019 impregnado de oportunidades para bendecir a los demás con lo que cultivamos en nuestra relación con Dios. Un nuevo año comienza y con eso, una trasformación de nuestro corazón para tornar cada mes, año, día, hora, minuto y segundo en tiempos de celebración a la provisión de Dios.
Demos gracias por este año que culmina y celebremos este que comienza. Dios ha estado y seguirá estando con nosotros.
¡Muchas felicidades en este nuevo año 2019!
¡Dios te bendiga!
Eliezer Ronda Pagán