En el prólogo del 2019

Lo que parecía lejos ahora llegó. Lo que muchos esperaban nos alcanzó. El amanecer de un nuevo año nos ha visitado. Atrás quedan muchas experiencias para acercarse a un tiempo nuevo y celebrar la vida que nos ha alcanzado. A mi mente viene la imagen de la fábula de ese viejo y maltrecho señor que es reemplazado por ese niño recién nacido con cara sonriente que dentro de unos 365 días será igual de agotado que el anterior. Solamente con él hay una nuevo nombre. Dicen que se llama 2019 en vez del 2018, 2017, 2016 y todos los que le han antecedido. Por eso la celebración del nuevo amanecer es necesaria, pero sin recaer en la frivolidad del complejo que lo que es añejo no sirve y no es importante. La pregunta obligada es ¿cómo nos acercamos a este nuevo tiempo sin tampoco caer en el simplismo de no aspirar y soñar en este momento que recién comienza? ¿Cómo mostramos nuestro carácter cristiano en el prólogo de este libro que vamos a escribir y se llama 2019? Dicen que todo buen libro debe poseer un buen prólogo que capture al lector en las páginas de lo que se intenta comunicar por el autor.

El momento que celebramos hoy en nuestra Isla, en Día de Reyes, nos ayuda a considerar de buena forma cómo nos podemos acercar a este libro que vamos a escribir.  Nos dice el relato de Mateo que varios sabios que estudiaban los astros, al percatarse de una estrella distinta a las demás, merecían ir más allá de lo que alcanzaban sus ojos y reflexionar en los textos que significado podía tener. Sus hallazgos le llevaron a dirigirse a Belén de Judea, porque era indicador del nacimiento de un niño que sería rey. Ellos se dirigieron con sus presentes para celebrar tal acontecimiento y por ello, lo normativo era visitar al rey de la provincia pues, de seguro él sabría de este acontecimiento. Sin embargo, en él no había sabiduría, sino ambición mezclada con egoísmo, para no dar espacio a la vida de quien llegaba para reinar. Herodes, se entera por ellos y en vez de unirse, les pide que le indique el escenario donde está, para él luego visitarlos. Ya todos sabemos la historia.  Sus intenciones no eran adorarle, sino ejecutarle. El anhelo de Herodes era aniquilar la posibilidad de la esperanza de un pueblo que él mismo junto al sistema de opresión del imperio romano, había sumergido al pueblo judío. Los sabios se dirigieron a la estrella y allí encontraron al niño en su casa junto a su madre María y se alegraron tanto que abrieron sus corazones y le entregaron oro, incienso y mirra. Lo maravilloso del relato es que nos indica que luego fueron avisados en sueños y regresaron por otro camino sin avisarle a Herodes.

Aquí está radica la oportunidad de ver el nuevo año con posibilidades de vida en vez de muerte. Todos anhelamos llegar a mejores espacios en el año que acabamos de comenzar a vivir. Nos encanta la posibilidad de ver un época que sea un semillero de metas alcanzadas. Debemos estar conscientes que la gran meta es encontrarnos con el Niño que ha nacido con la esperanza de transformar la realidad sin descartar que Herodes se acercará a nuestro camino. Ignorar esa existencia es pensar con ingenuidad y necedad. Hoy nos toca abrazar al Niño con lo mejor del corazón y no caer en la tentación de responder al deseo de Herodes. En el libro de Isaías lo leemos así: “El Espíritu del Señor omnipotente está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor” (Isaías 61:1-2ª, NVI). Las escrituras nos recuerdan que el año del favor se hace en la medida en que le anunciamos a los que no tienen y sanamos a los heridos. Se logra en la medida en que se libera al oprimido. Cuando hacemos eso, derrocamos a Herodes.  Pero si en cambio queremos más para nosotros porque solamente vemos nuestra prosperidad como el determinante de un mejor año, hemos proclamado a Herodes como  el rey de nuestro corazón. Hoy vivimos en un ambiente donde, sin darnos cuenta, adoramos más a Herodes que al Niño que nació en el pesebre. Cuando hacemos eso, nuestro prólogo nos llevará a un libro con una historia de tragedia. La riqueza no es lo que podemos obtener, sino lo que podemos entregar. Solamente evidenciamos que nos encontramos con el niño cuando podemos ser avisados en sueños que debemos retornar por otro camino.  El llamado de hoy para un nuevo año es ser como los sabios de Oriente, que transitan los caminos de la vida con el fin de encontrarse con el Rey que ha nacido para ser distinto. El llamado no es a despreciar lo viejo. Es mas bien a arrancar las costumbres que envejecen la vida y buscar la ternura de dar como los niños que anuncian una vida nueva. Que este nuevo año podamos ser una iglesia abnegada que da sin mirar a quién. Solo así nuestro libro apuntará a la autoría de la vida en Cristo Jesús, nuestro Señor.

¡Feliz año nuevo!

Pastor Eliezer Ronda Pagán