El fogueo de la misión

Me críe en el béisbol. Jugué en el parque de Las Lomas. En mi niñez y adolescencia, este era mi santuario de vida. Allí jugábamos los fines de semana y en ocasiones fogueábamos en la semana. El fogueo se ponían en ejecución las jugadas pensadas y practicadas para lo que pudiera ocurrir en el “juego que contaba” en el fin de semana. Sin embargo en el fogueo, aunque no contara el juego para récord de la temporada, siempre buscábamos ganar. El fogueo era preparación, pero también era fundamental para consolidar lo que nos formaba como equipo. No se podía esperar hasta el juego para comprender quiénes éramos.

En el fogueo corríamos hasta que la fatiga era mayor que la energía. El sudor era la métrica que determinaba que estábamos presentes en lo que era fundamental en el equipo. No se podía jugar si no se sabía lo esenciales que éramos para alcanzar la meta que como equipo nos trazábamos. Por eso, el fogueo, con aquello de lo aparentemente improductivo, era el mecanismo idóneo para comprender lo que es ser. La iglesia, de igual manera se encuentra en esa tensión de la realidad de comprender quién es y qué hacer en el ejercicio de la misión. En ocasiones miramos el domingo cómo aquello que determina nuestra misión, pero obviamos el momento de “sudar la camisa” para ser verdaderamente victoriosos. Lamentablemente, pensamos más en el “juego que cuenta” que en lo vital para verdaderamente comprender quienes somos. Por eso queremos comprender que así como el ADN en nuestro cuerpo nos determina de dónde provenimos también nos hace capaces para que podamos funcionar hábilmente por que organiza nuestras. De lo contrario, no podemos funcionar satisfactoriamente ante los eventos de la vida. Dicen los científicos que el ADN contiene las instrucciones genéticas que están implicadas en el proceso de desarrollo y funcionamiento de todos los seres vivos. La iglesia como ministerio, debe ser un organismo vivo que de sentido de savia para dar fruto en quienes piensan que no tienen esperanza.

Para ello, hemos separado este tiempo para profundizar en lo que es amar a Dios y las personas, discipular las generaciones y ser enviados al cumplir la gran comisión que Dios ha puesto frente a nosotros. No es materia de fogueo. Es asunto de convicción para ser lo que Dios nos ha llamado a ser. Así lo dijo Jesús: “Ustedes son la sal del mundo. Si la sal pierde el sabor, ¿para qué va a servir? ¡Sólo para que la boten y la pisoteen por inservible! (Mateo 5:13, NBV). ¡Vamos iglesia! Es tiempo de sudar. Es tiempo de amar, discipular y ser enviados a la misión para ser instrumentos de vida, y sobre todo, de victoria. Bendiciones,

Eliezer Ronda