Llegó el agua

Encontrar un cuerpo de agua no es extraño para los que vivimos en Puerto Rico, porque estamos rodeados de agua. Tenemos acceso a la playa, ríos, lagos y quebradas. La lluvia es parte de nuestra vida. Para nosotros, el agua es parte de lo que hacemos. Su importancia va desde la hidratación, la higiene y hasta para la recreación. Es parte de la manera cotidiana de hacer la rutina diaria. Es más, cuando “se va el agua”, nos complica la agenda y puede que altere nuestro estado de ánimo. Nada mejor cuando escuchamos: “Llegó el agua”. En fin, el agua es esencial para tener calidad de vida.

En los pasados años hemos vivido momentos de sequía. Pasamos por tiempos de racionamientos y peor aún, tuvimos que enfrentarnos a los estragos de un huracán sin acceso al agua. Han sido temporadas de ajustes para sacar su mejor provecho. Entre estos, surgen los oasis para que podamos abastecernos del “preciado líquido” en los momentos de necesidad. En esas filas conversamos y nos identificamos con las historias de los demás. La fila es para abastecernos, pero surge como espacio de ser comunidad.  El autor de Juan nos presenta un escenario donde una mujer de trasfondo samaritano no goza del privilegio de ir al pozo en comunidad. Es extranjera y sus experiencias matrimoniales no habían sido las mejores. Su pasado de cinco matrimonios, suponía la frustración de relaciones culminadas con el dolor de la poca duración. Llegar sola al pozo a la sexta hora, era indicativo de escapar de la opinión de los demás. Era soledad y rechazo entremezclado con el desprecio de los demás.

Allí llega Jesús y se atreve a conversar con ella. La tradición destacaba que el acercamiento de Jesús era impropio, pues había un sector judío que veía con malos ojos que un hombre hablara con una mujer. Además, al ser extranjera y con tantos matrimonios concluidos, era cuestionable su valor social ante los demás. Para Jesús no fue así. El valor de aquella mujer para Él, no dependía de su pasado ni de su presente. Su valor, era para Él, su realidad dolorosa y buscaba cómo restaurarla. Allí, el pozo solitario, se tornó en oasis de comunidad para su dignidad.

Para el autor de Juan, el agua es importante para darle continuidad a lo que parecía haber concluido. En Caná, se llenaron tinajas de piedra para tornarse, en vino. A Nicodemo, se le indica que hay que nacer del agua para entrar al reino de Dios. A esta mujer que no poseía vida ante muchos, Jesús le indica lo siguiente: “Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—,  pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna” (Juan 4:13-14, NVI). Muchos viven con el dolor de recurrir a pozos rotos donde el agua no es suficiente. Al pensar que es la única fuente de agua, quedan engañados por creer que es la única demanda.  No pueden abastecerse. Quedan sedientos.

Nuestro anhelo es decirte que Jesús es la fuente de vida y que tiene agua para ti. No hay por qué quedarse sediento ante la oferta de agua que hidrata el corazón. No vivas desesperado. Llegó el agua y con ella tu sed es abastecida. Deja la fuente que no te nutre y recurre al agua que salta para vida eterna.  Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda Pagán

 

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