Llegó la temporada del año cuando hacemos los arreglos para compartir en familia y celebrar días de fiesta. En la temporada de la navidad decoramos, pintamos, regalamos, cocinamos y festejamos. Es un tiempo dedicado a cultivar memorias de alegría ante los aires hermosos del amor, la paz y la esperanza. Lo hacemos estrenando ropa, degustando postres y cantando más que lo acostumbrado. Por eso, es usual escuchar de varias personas que es su época favorita del año.
Lo interesante de todo esto es que todas esas cosas hermosas y maravillosas que celebramos no responde al mensaje cristiano de la navidad. Con esto, no estamos haciendo un caso en contra de las fiestas. Al contrario, participamos y disfrutamos porque creemos que las razones del compartir son valores que emanan de nuestra fe. Sin embargo, también sabemos que no enfocarse, nos convierte en presa fácil del comercio y sus tentáculos opresivos.
Esta semana, la iglesia cristiana celebra lo que conocemos la temporada de adviento. Se conmemora los primeros cuatro domingos de antelación al Día de la navidad. Lo hacemos por que es un temporada de preparación para la llegada de nuestro Salvador. Así como organizamos y decoramos nuestras casas para que se alleguen nuestros seres queridos, el adviento supone que nos preparemos y organicemos por que la navidad se trata de la llegada de nuestro Salvador. Así lo podemos leer en la Escritura: “Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”(Mateo1:2, NVI).
Lo que muchas veces olvidamos, es que durante la temporada de adviento, celebramos la llegada de dos bebés en vez de uno. De ahí que no es uno, son dos. Antes que el Ángel Gabriel le diera un mensaje a María, se le reveló a Zacarías en el templo. Allí le habló que su esposa Elisabet, mujer de avanzada edad y que había sido estéril, tendría un hijo que prepararía el camino para la llegada del Salvador. El mensaje fue: “Él irá primero, delante del Señor, con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con los hijos y guiar a los desobedientes a la sabiduría de los justos. De este modo preparará un pueblo bien dispuesto para recibir al Señor” (Lucas 1:17, NVI). Así se anunció la venida de Juan ante un padre incrédulo y una mujer avanzada en edad.
El anuncio del nacimiento de Juan, es la confirmación de la esperanza de Dios para su pueblo. Es el retrato de la fidelidad para que las familias puedan ser reconciliadas y se pueda retornar a la prudencia en el trato mutuo. El adviento nos recuerda que Dios nos visita a pesar de nuestra incredulidad en que los torcido se pueda enderezar. Allí en los espacios que ya consideramos que son para otros, pero no para nosotros, surge el camino para ser trazados con la reconciliación.
Por eso celebramos que es tiempo de Adviento con alegría. Cantamos que lo que ocurrió en Belén en el nacimiento de Jesús fue la muestra de la fidelidad de Dios que comenzamos a ver desde el hogar de Zacarías y Elisabet. Celebrar la canción de Belén a tierra mía es ver que el perdón de los pecados de nuestra tierra supone que podamos ver el milagro de la vida donde había caducado la esperanza. El vientre de Elisabet estaba sin esperanza, el de María tenía todas las posibilidades. Es el encuentro de dos generaciones que son alcanzadas con el poder y la misericordia de Dios para que su tierra pudiera tener un camino diferente.
En estas fiestas de hermandad, comida y generosidad que comenzamos estos días, nos toca recordar que así como Juan fue anunciado para preparar el camino al encuentro con Jesús, todos estamos convocados a proclamar la esperanza de vida en Cristo. Cantamos que la confusión social que hemos vivido en Puerto Rico es la antesala que de Belén a tierra mía, hay una nueva canción de alegría que trae consigo renovación de vida en Cristo Jesús. Cantemos y celebremos que el adviento comenzó.
Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda Pagán