Cada día que pasa, es parte de una carrera en la que todos participamos. Desde que suena el reloj despertador o escuchamos el canto de los gallos en el vecindario, el amanecer pareciera ser indicativo del disparo del inicio de la corrida diaria. En ocasiones lo hacemos de manera automática sin percatarnos de lo que ocurre alrededor de nosotros. Allí obviamos los detalles y perdemos aspectos extraordinarios de la vida que quedan escondidos por el afán. Ya lo había dicho Jesús mismo, que cada día trae su propio afán.
Es comprensible que tener la mente ocupada y “demasiado en el plato”, nos hace creer que estamos “enfocados” en lo que creemos que debemos hacer. De ahí que cualquier cosa que se interponga en el proceso, se convierte en una interrupción. Con eso, perdamos la atención de lo que hacemos. El desafío de la interrupción es que conlleva complicación y con ello se altera el sentido de control que con madurez debemos reconocer que no tenemos. Si algo podemos dar por seguro que ocurrió en los relatos bíblicos de la Navidad, es que lo usual fueron las interrupciones.
Desde el inicio del evangelio de Lucas, podemos constar que el ángel Gabriel interrumpió la vida de Zacarías, Elisabet, María y José con embarazos inesperados. Unos eran avanzados en edad y nunca habían concebido y los otros eran muy jóvenes y ni estaban casados. Para ambas parejas, la interrupción de Dios en sus vidas fueron la marca para ver la provisión de Dios en sus necesidades particulares.
Los embarazos son eventos que alteran visiblemente la manera de proyección y planes de las parejas. Los cambios corporales se suman a la realidad de que el núcleo familiar está en proceso de ampliación y con ello hay que disponer de lo trivial para enfocarse en lo fundamental. Tanto a una mujer estéril y de avanzada edad como a una joven virginal, les llegó la interrupción. Sin embargo, el mensaje que interrumpió venía de Dios, acompañado de una palabra de confianza que les indicaban tanto a Zacarías como a María que no tuvieran miedo.
Los embarazos generan una mezcla de alegría y temor. Interrumpen la vida porque es la misma vida la que emerge desde el vientre de la mujer para dar una nueva visión de la vida. De ahí que la temporada de adviento es una que nos fuerza a meditar en la preparación de la llegada de Jesús a Belén. Es la misma vida encarnada en la fragilidad de un niño para comprender la vida que Dios nos ofrece. En la Navidad somos interrumpidos por nuestro afán para enfocarnos en lo esencial. El comercio, que con sus garras interrumpe el bolsillo, distorsiona lo que es un espacio de esperanza. Desde allí cantó María lo que llamamos el Magnificat porque alabó la grandeza del Señor sobre su vida. Precisamente, la grandeza de Dios es la mirada puesta sobre a quienes pensábamos que no teníamos posibilidades. Su canción aclamó: “Actuó con poder, desbarató las intrigas de los orgullosos. A los poderosos los quitó de sus tronos, y a los humildes los puso en lugares de honor. A los hambrientos llenó de bienes, y a los ricos los envió con las manos vacías (Lucas 1 :51-53, NBV).
Seguir a Cristo con toda probabilidad, supone una interrupción de lo que piensas que es lo correcto y esperado. Lo que parece ser una interrupción, es intervención en realidad y allí Dios hace el milagro de la salvación. Déjate interrumpir por Dios. En ella hay intervención y con ello transformación.
Bendiciones,
Rev. Eliezer Ronda