Decoración apagada

La Navidad es una época muy especial. Compartimos en familia con comidas y fiestas que capturan momentos memorables. Lo hacemos rodeados de decoraciones con luces que adornan cada rincón y espacio que ocupamos. Diseñamos los espacios para compartir y celebrar un tiempo especial con personas allegadas. Los espacios son adornados, decorados y arreglados con la idea que queden plasmados como escenarios de alegría, paz, amor y esperanza.

Para otros, la Navidad supone tiempos de dolor, ante la dificultad de no tener la foto perfecta y los espacios ideales. Es un escenario sombrío y oscuro. La dificultad de las experiencias contenidas hacen que ocurra una protesta silente con el sistema social de la decoración para anunciar el dolor, sufrimiento y tensión que provoca el momento. Es la protesta vestida de luto por el malestar del momento. Es como un árbol de Navidad decorado con luces y ornamentos, pero apagado como expresión intencional del sufrimiento.

Este escenario nos invita a ver el momento de la Navidad como uno más real al que usualmente identificamos entre las decoraciones que contemplamos. El nacimiento de Jesús ocurre en la noche. En el escenario tenebroso y gris del estado de ánimo de la ciudad de Belén. No había luz. La penumbra era la realidad. No estaba diseñado para ser un espacio decorado para lo memorable. Era todo lo contrario. Era la extensión de la realidad tormentosa de estar en el campo dominados por un sistema que había secuestrado la esperanza de todo un pueblo.

Allí estaban los pastores que cuidando el rebaño, se toparon con el anuncio del ángel en la densa oscuridad. El evangelio de Lucas lo destaca así: “Sucedió que un ángel del Señor se les apareció.

La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo” (Lucas 2:9-10, NVI). Fue la luz que les sorprendió en medio de la noche lo que les causó miedo.

Así somos muchos. Aunque pudiera ser que le tengamos miedo a la oscuridad, es mucho más el miedo que le podemos tener a la luz que exponga nuestra realidad que ocultamos en la sombra de nuestro temor. La luz expone la verdad y no da espacio para la mentira que se esconde en las máscaras de lo que verdaderamente sentimos en esos espacios. Allí llega el mensaje de Dios para quienes viven atemorizados por la luz con un recordatorio que no hay por qué temer. Es todo lo contrario. No hay que temer. Nos corresponde hacer como los pastores y dirigirnos a Belén. En todo caso, el nacimiento de Jesús, sugiere salir de la zona de comodidad con la seguridad de que hay buenas noticias.

Dice José Antonio Pagola que “la Navidad nos recuerda que la presencia de Dios no responde siempre a nuestras expectativas, pues se nos ofrece donde nosotros menos lo esperamos”. Tal vez, en la penumbra del luto que muchos viven, es dónde encontrarán lo que es la Navidad. Allí, donde está oscuro y el miedo es el director de los procesos, surge la buena noticia de que lo que llamamos realidad, puede ser transformado. Cristo ha nacido y con eso, la luz ilumina y puede trasformar lo lúgubre en promesa cumplida. No vivas atemorizado por la oscuridad.

Llega a Belén. El Dios cristiano no es un Dios desencarnado, lejano e inaccesible. Es un Dios encarnado, próximo, cercano. Un Dios al que podemos tocar de alguna manera siempre que tocamos lo humano.

Bendiciones,

Rev. Eliezer Ronda