Soy fiestero. Me gusta celebrar y compartir en celebraciones. Entre el encuentro de saludos, abrazos, bromas y recordar historias, considero que es especial estar en compañía, aunque sea en un “baile de muñecas”. En esos encuentros no falta el momento de compartir alrededor de la comida. Entre los piscolabis y el plato de la comida, se prepara el ambiente para que sea uno memorable.
Para los que participan del festejo, hay dos tipos de personas que están en la celebración. Está el anfitrión y también el invitado. El invitado va a disfrutar y compartir. Se viste y se prepara para una velada especial. En cambio, quien organiza, considera los detalles de la actividad, planifica el programa y confecciona el menú. La satisfacción gira en torno a servir y disfrutar. Ambas van de la mano.
Sin embargo, en el diseño de algunos eventos, puede que se escapen detalles. Si no se calcula bien, pudiera ser que no demos abasto. Por lo general, eso puede suponer que la ansiedad se apodere de nosotros y perdamos los estribos. Recuerdo la experiencia que narra el evangelio de Juan cuando Jesús estaba en la celebración de las bodas de Caná. Nos comparte el autor que se acabó el vino. La oferta que había para la demanda de invitados no fue suficiente. Tal cosa era vergonzosa para los anfitriones del evento. Era ser recordado como el anfitrión, desorganizado e irresponsable al que se le acabó el vino.
Me parece que esas cosas ocurren con muchos de nosotros. Estamos agotados y se nos acaban las fuerzas. Llega el momento que no podemos más. Se acaba lo que en un momento pensamos que podíamos lograr con nuestras fuerzas y sabiduría.
Puede que en esos momentos no sepamos dónde poner la cara y caemos en un estado de ánimo apocado. Nos alcanza el desaliento. El autor bíblico nos recuerda que precisamente en la fiesta está Jesús. Aunque en ese lugar era un invitado más, el texto nos recuerda que da dirección para resolver el mal rato de la fiesta. Su madre, quien estaba en la fiesta, dice: “Ella dijo a los que estaban sirviendo:—Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2:5, DHH). El desafío de nuestra vida estriba en pensar que debemos tener el “sartén agarrao” por el mango. Debemos permitir que Cristo no sea meramente un invitado en nuestra vida y que sea un verdadero anfitrión de nuestra fiesta.
Nuestra fatiga es el resultado de querer tener todo el control sin pensar que no podemos controlarlo todo. Hay cosas que debemos dejar en las manos del Señor para que responda a nuestra incapacidad en el momento de necesidad. Ciertamente, permitir que Jesús sea parte de nuestra vida es importante, pero no es suficiente. Debemos darle la autoridad para que nos dirija y hacer lo que nos pida. De hacerlo, el vino será mejor y abundante. La fiesta será continua y todos celebrarán. ¡Bendiciones!
Eliezer Ronda Pagán