Somos consumidores de aquello que vemos y creemos que es. No es inusual que mientras transitamos las calles de nuestra tierra, veamos algún letrero promocional que nos intente presentar algún producto que pueda responder a nuestras necesidades. Peor aún, a lo que entendemos que necesitamos pero que realmente no es imperioso obtener. Dicen algunos de los conocedores del mundo de la publicidad, que en algunas ocasiones, lo esencial es crear en la mente del potencial consumidor la sensación de una falsa necesidad para instaurar la demanda en su mente y entonces responder a la oferta que se le presenta como si fuera algo esencial.
Aquí debo admitir que como consumidor que soy, también soy presa de los intentos publicitarios de persuasión que tienen diversos medios. En ocasiones, he sucumbido a las propuestas de los mercaderes. Lo que he conseguido ha resultado en una adquisición innecesaria que no ha sido primaria para lo que debo tener. Como creyentes, de igual manera, somos buscadores de respuestas y propuestas de vida. Tratamos de encontrar y construir experiencias que puedan nutrir la memoria y las emociones. Sin embargo, debemos tener en cuenta que cada una de estas cosas pueden ser engañosas porque la vara que usamos está basada en lo que sentimos más que en lo que es.
Cuando Jesús se encontró con la mujer samaritana, su diálogo con ella se materializó por lo esencial y no por la percepción. Después de todo, las percepciones pudieran construir un imaginario de lo que creemos en nuestra mente, versus lo que es. Por eso Jesús habla de la adoración como algo que no se queda en el lugar, sino en respuestas que se ubican en el espíritu y la verdad. Para Jesús, la adoración no puede caer en el simulacro y debe ubicarse en lo que es.
La búsqueda de la verdad es un ejercicio que nos convoca a examinar los hechos y conocer en la medida que podamos y entendamos cuáles son las motivaciones para hacer las cosas que tenemos de frente. Si al adorar lo que queremos resaltar es aquello que solo nos hace sentir bien y no se ubica en el espejo de lo que debemos reconsiderar, la publicidad del narcisismo “adorador” nos ha dominado. Por ende, nos ha llevado por la puerta del engaño. Como adoradores, estamos convocados a beber de la fuente que salta para la vida eterna entre una mujer que era de otra procedencia, pero conoció la verdadera fuente de vida.
Seamos adoradores de quien nos confronta a ser instrumentos de vida. No recurramos a una egolatría de adoración a nosotros mismos que nos lleve a ignorar nuestro propósito como adoradores. Después de todo, Dios es espíritu y los que adoren es espíritu y en verdad es necesario que adoren.
Bendiciones,
Eliezer Ronda