Que se acabe el revolú

Hace unos años conversaba con un líder recreativo del pueblo de Cayey. Recuerdo que intercambiamos impresiones sobre algunas comunidades que conocíamos y como podíamos lidiar de mejor manera con jóvenes de alto riesgo. Lo más que puedo recordar es como describía a varios de los chicos de ese barrio. “Esos muchachos son buenos, pero lo que pasa es que lo que tienen alrededor es un revolú.” Me compartía como muchas de las situaciones que atravesaban alteraban sus situaciones de vida y por ende, no salían de un ciclo que cada vez más los sumergía en conductas de peligro.

 Ya hemos reflexionado sobre la importancia de la confianza en Dios y de la necesidad de reconocer en donde estriban nuestras actitudes como situaciones que alteran nuestro funcionamiento óptimo. Sabemos que al responder a nuestra relación con Dios, somos aceptados, perdonados y restaurados. Sin embargo, eso no quiere decir que debamos tomar de excusa que como vivimos en el revolú, Dios se encargará de todo eso. Tales acciones nos llevan a una fe tóxica.

Sabemos que el pecado ocasiona la ruptura de las relaciones y también hemos destacado que la espiritualidad se fundamenta en las relaciones saludables. Si ciertamente Dios se ubica en nuestro caos, para darle orden, también nos invita a vivir en orden. Pablo lo dijo de esta manera: “¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Nosotros, que hemos muerto al pecado, ¿cómo podemos seguir viviendo en él?” (Romanos 6:1-2, NVI).

Dios en su actividad redentora, nos libera del pecado, pero de igual manera, nos presenta reglas que nos ayudan a preservar el orden que en medio de nuestro propio caos se apodera de nuestra vida.  Sus reglas, mas que una condición de su amor a nosotros, es una confirmación de su trato con nosotros. Estamos llamados a creer y obedecerle. No hay por que vivir en revolú. Vivamos en la seguridad que Dios nos restaura y nos libera.

 Bendiciones,

Eliezer Ronda