Entre la sospecha y la certeza

Hace unos años, estaba en una conferencia de posmodernismo y las nuevas generaciones. De las aseveraciones que más recuerdo es el planteamiento de que la verdad había sido secuestrada y que hacía falta liberarla. Escuché al exponente hablar que habíamos incursionado en la sospecha como pauta de las relaciones, en vez de la confianza como eje de ellas. Enfatizó que era más común que las personas pusieran en tela de juicio las expresiones de una persona que creer abiertamente en las cosas que compartía.

Me atrevo a pensar que muchos hemos escuchado la expresión que declara que todos los hombres y mujeres son iguales, que todos los políticos son mentirosos e incluso, que todos los pastores son ladrones. Tales afirmaciones son difíciles de escuchar, pero muchas veces, tienden a ocurrir por malas experiencias que en un momento parecieron tomar por el pelo la inocencia de quienes pusieron su confianza en tales personas. A nadie le gusta que lo engañen o lo tomen de tonto. No es para menos, vivimos en un mundo donde muchas personas e instituciones han minado la confianza de quienes han puesto su mirada en ellos.

En un país que rige una ley llamada PROMESA, por el incumplimiento de quienes prometieron, la confianza es revolucionaria y atrevida. Literalmente estamos rodeados de un ambiente desconfiado en  nuestra palabra. Sin lugar a dudas la herida provocada por el menoscabo de otros lacera  las relaciones. Por eso, pensar en una fe que busca entender, nos impulsa a una fe que pueda crecer en medio de las cosas que han sido espinosas mediante la esperanza de que lo presente no determina lo que Dios puede hacer.

Como iglesia, estamos llamados a confiar en la provisión de Dios. Tal confianza surge de la certeza de un Dios que es fiel. Su fidelidad no es resultado de ser monigote de nuestros caprichos sino, de su amor pleno a pesar de nuestro incumplimiento. En todo caso, desconfiar en Dios, expone nuestra obstinación de no darnos la oportunidad de conocer a Dios. El testimonio bíblico nos recuerda que Dios ha sido fiel con su pueblo en el pasado y por lo tanto, no hay por qué dudar que deje de serlo en nuestro futuro.

El salmista lo dijo así: “Pero yo confío en tu gran amor; mi corazón se alegra en tu salvación. Canto salmos al Señor. ¡El Señor ha sido bueno conmigo!” (Salmo 13: 5-6,NVI).  Confíemos. Dios está en medio de su pueblo.

Bendiciones,

Eliezer Ronda