Soy el tercero de cuatro hermanos. Como suele suceder en los casos de los menores, usualmente estaba bajo el cuidado de mis hermanos mayores. Recuerdo, que mientras era niño, veía a los amigos de ellos enormes y gigantes. Su estatura me impresionaba ante mi tamaño inferior. Al mirarlos desde abajo lograba considerar la dimensión como una enorme que prácticamente me intimidaba con su acercamiento.
En nuestra jornada de fe, nos queda el reto de ver cómo podemos ver a Dios trabajar y operar en los eventos que nos marcan. Hay ocasiones que Dios nos parece grande e invencible, pero también si somos honestos, hay ocasiones que lo percibimos pequeño e impotente ante las cosas que nos ocurren en el interior de nuestras vidas. Entonces, nos queda cómo podemos enfocar nuestra visión ante estos sucesos que nos atrapan.
Al inicio de esta serie de mensajes, reflexionamos acerca de quién es Jesús ante las rupturas, el pecado y la desconfianza. Queremos pensar en Jesús más allá de una imagen religiosa y ubicarnos en su esencia y significado. En su anhelo de tener relación con nosotros. Recuerdo que cuando Raquel y yo fuimos a estudiar a California, nos topamos con un poema en inglés de William Blake que decía así: “The vision of Christ that dost see is my vision’s greatest enemy” que traducido es: la visión de Cristo que tú ves, es la mayor enemiga de mi visión. Blake destacaba que muchas veces la manera en que vemos a Cristo se interpone con con lo que verdaderamente es ante la necesidad del corazón humano.
Lina Thompson, quien fue nuestra profesora en un curso en el cual Raquel y yo participamos, hablaba que para conocer a Jesús había que hacer teología desde abajo con las necesidades de las personas en vez de hacerla desde arriba en medio de los privilegios de muchos. Nos toca reflexionar si cuando pensamos en la fe y el evangelio vemos un Cristo que quita el pecado del mundo y brinda restauración; o como aquel que quita el pecado pero no restaura. Es fundamental repensar. No podemos acercarnos a Dios desde la arrogancia, sino desde la humildad para ser instrumentos de sanidad la corazón.
El evangelio nos lleva a meditar en quién es Jesús. Aquel que quita el pecado y restaura el corazón. Esa es la buena noticia. Así lo destaca el evangelio cuando dice: “Porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45, NVI). Que podamos ser mensajeros hacia la vida que Cristo ofrece. Que seamos una iglesia en la que la restauración sea la norma y no la excepción. Después de todo estamos para Amar, Discipular y eNviar para hacer reino de Dios. Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán