Manejar conflictos y ser sensatos en la destreza de lidiar con ellos son valores transcendentales cuando las circunstancias presentan tensión. Algunos destacan que son esos momentos donde se cuaja la madurez y capacidad de una persona. Somos muchos los que en situaciones difíciles, no hemos podido manejar razonablemente los eventos que nos afectan. Para esto debemos, repensar cómo actuamos a base de lo que creemos y somos como cristianos.
Es usual que algunos recurran a la resolución mediante la fuerza sin comprender los alcances que tienen estos actos en el otro y hasta en nosotros mismos. Pensamos que ser “fuertes” es lo importante para resolver. En otros, la idea se ubica en la “maña” que mas bien apunta a la astucia. Sabemos que ambas opciones, tienen sus valores pero al final, muchas veces su intención no es poner la atención en lo que se puede resolver, sino en quién resuelve y perdemos de perspectiva lo esencial.
Así lo dice el buen amigo Alex Sampedro: “La falsa humildad es más fácil de ejercer en los éxitos que en los fracasos. La verdadera humildad se muestra en las injusticias que te ocurren, la crítica recibida y el quebrantamiento inesperado”. Hay ocasiones que las cosas que nos ocurren son resultados de nuestras malas decisiones y otras de eventos difíciles de explicar. Muchas veces al vernos perjudicados en alguna situación, solemos llegar a negociaciones para salir mejor de los posibles alcances de nuestros actos, pero siempre dependerá de cómo la otra parte acceda para resolver o responder a la situación. Es decir, estamos dispuestos a ceder si la otra parte decide conforme a lo que proponemos. Esto es contrario a una sana reflexión de lo que Dios hace en el ser humano.
Jesús no optó por la fuerza y yo diría que tampoco por la maña. Cristo optó por amor a nuestra miseria para darnos esperanza. Así lo destaca el texto bíblico: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia ustedes han sido salvados!” (Efesios 2:4-5,NVI). La acción de Dios para tratar con nuestro corazón es por gracia. Es por amor. No requiere ni fuerza ni maña. Requiere humildad. Seamos una iglesia que se consagre más que en el culto y se ubique en todas las facetas de nuestra vida. De esa manera, podremos embarcarnos a ese proyecto de transformación que es tan necesario para hacer reino de Dios en nuestra comunidad.
Bendiciones,
Eliezer Ronda Pagán